Page 126 - Padres de la Patria
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delegarlo y que, por tanto, demanda en su desarrollo la mayor circunspección y
tino, como que los errores que se cometieron por su abuso son irremediables.
Desearía la Comisión preferir la elección directa, que sin disputa es la más
popular, mejor diremos la única que puede llamarse esencialmente libre. Pero,
ocurriendo embarazos difíciles de vencer, examinadas las circunstancias del
país que acaba de salir de la opresión y del estado más abyecto en que puede
verse un pueblo, ha parecido no convenir que se ejerza de esta manera el poder
electoral. No puede negarse, señor, que la elección directa exige ilustración en
la masa general del pueblo y cierta comodidad combinable con la multiplicidad
de poblaciones en un extendido territorio. Pues si la calificación de la aptitudes
de un representante, en cualquier estado, no debe ser obra de puro instinto, en
los esclavizados por largas centurias, deberán redoblarse el consejo y la
prudencia, reservados de ordinario a hombres menos vulgares. Y mucho más,
cuando (por circunstancia) nunca faltan intrigantes, que, aprovechándose de la
sencillez de los vocales, suelen formarse un partido inexpugnable, cuyos
resultados tienen que llorar después los mismos que sufragaron. También es
cierto que de la complicada ritualidad de esta especie de elecciones sufren
mucha retardación los actos públicos, como ya lo hemos visto prácticamente el
año anterior. Y esta experiencia nos ha enseñado que por no saber leer ni
escribir unos, por no entender lo que traían entre manos otros, y por debilidad,
ignorancia y egoísmo muchos, acudían a la urna con listas enteramente distintas
de su opinión, logrando multitud de sufragios personas que no estaban en la
mente de los electores.
Más, al evitar este extremo, tampoco se ha querido incurrir en otro de que da
ejemplo el sistema, según la Constitución española. Por ella se reunían juntas
electorales de parroquia, de provincia y de partido, cometiéndose dos grandes
defectos, cuales eran reducir el nombramiento de diputados al sufragio de 7 o 9
individuos, fáciles de ganarse por el gobierno y destituir a las provincias, que
entonces se denominaban partidos, del derecho de elección. Actuada ésta en la
capital del departamento, salían de ella los representantes, y casi nunca de los
partidos, pudiendo en muchas ocasiones preponderar un partido sobre todo el
departamento y darle la ley por sólo el número de sufragios, como ya ha
sucedido. Lo cual es la verdad muy ajeno del principio de igualdad que debe
dirigir en todos los actos nacionales, bajo la regla fija e inalterable de que cada
provincia, según la nueva demarcación, tenga exclusivamente sus diputados, sin
que por esto dejen todos de ser representantes de la nación. Con cuya base de
uniformidad, se conseguirá que cada una de aquellas concurra directamente a
las legislaturas, con sólo la diferencia de que las de mayor población tendrán
más número de representantes; pero jamás se verá que una provincia absorba
los diputados de todo un departamento.
La Comisión se decidió, pues, por el método de colegios electorales de
parroquia y de provincia, que tanto quiere decir como que los electores
parroquiales eligen directamente los diputados y no en corto número, como en el
sistema español, sino que por cada 100 individuos se nombra un elector de
parroquia; de modo que en una provincia de 1,500 vecinos, por ejemplo, se
reunirán 150 electores para nombrar un diputado. En lo que ya se advierte una
porción bastante numerosa, ilustrada y al mismo tiempo interesada en las
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