Page 72 - Vida y Obra de Vizcardo Guzman - Vol-1
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Volumen 1
                                                                    Prólogo a la primera edición
            sufrían de la vieja metrópoli, sino que proporcionó, con espíritu ecléctico, las
            bases ideológicas de la revolución en todo el continente. Viscardo reflejaba la
            mentalidad de las minorías intelectuales criollas que se habían incorporado
            al horizonte histórico y al mundo conceptual creado por la propia tradición
            hispánica —Vitoria, Molina, Suárez y los mismos tratadistas indianos que re-
            piten en sus textos la idea de un convenio social claramente establecido entre
            la corona de Castilla y los pueblos de América—; pero también la asimilación
            coherente y prolongada de los nuevos postulados de la Ilustración —Montes-
            quieu, Renynal y el mismo Rousseau— en treinta años de destierro y viajes por
            Italia, Francia e Inglaterra, en una Europa conmovida por la revolución. Esa
            célebre Carta de Viscardo se había difundido profusamente por toda América
            en copias manuscritas o en las ocho ediciones que de ella se hicieron en Lon-
            dres, Bogotá, Buenos Aires y Lima: una en francés, dos en inglés y cinco en
            español. Proclamas sediciosas de Buenos Aires, en 1809, eran trascripciones
            literales de los párrafos más encendidos de la Carta; su texto era condenado
            por los inquisidores de México como la producción más «mortífera, libertina
            e incendiaria que se ha visto jamás» y sus ejemplares echados a la hoguera por
            los realistas en Venezuela. Y la edición limeña aparecía en el Correo Mercantil
            Político y Literario en febrero y marzo de 1822, sin duda para alentar al bando
            republicano en los decisivos debates que en esos mismos días se desarrollaban
            en el seno de la Sociedad Patriótica.
                    Los libros clásicos que Paz Soldán en 1868 y Mendiburu en 1874 co-
            menzaron a publicar no olvidan deliberadamente a Túpac Amaru y a Viscar-
            do ni tienen sus autores inconfesables motivos para omitirlos. Ciertas formas
            de la amnesia permiten que en todos los tiempos la historiografía se elabore
            desde un presente, para esclarecerlo y explicarlo y que ese presentismo, exa-
            gerado en veces, impida llegar hasta los orígenes verdaderos de los procesos
            históricos. El presente de esa segunda mitad del siglo XIX era el estadio más
            triste de la desunión y de los exacerbados nacionalismos hispanoamericanos
            que, en la expansión imperialista desencadenada por la segunda revolución
            industrial, facilitan nuevas y más opresivas formas de dependencia en nuestro
            continente. Desde ese presente, la independencia se aparecía ante cada Estado,
            celoso de su territorio y de su historia, como un proceso propio, autónomo,
            casi excluyente, a pesar de los ideales de San Martín, O’Higgins, Bolívar y
            tantos otros próceres americanos, por los conflictos que las guerras emancipa-
            doras habían dejado como secuela, especialmente en nuestra patria. Desde esa



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