Page 128 - Vida y Obra de Vizcardo Guzman - Vol-1
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Volumen 1
                                                                    Prólogo a la primera edición
            y Jefferson hacen un abigarrado conjunto, con el característico eclecticismo de
            quien quiere conciliar la tradición cristiana y la filosofía de las luces; la eficaz
            dialéctica de un auténtico revolucionario de su tiempo y la heterogeneidad
            típica de las ideologías del XVIII con la ortodoxia católica.


                      La formación de la figura histórica de Viscardo: un siglo de
                                      bibliografía viscardiana

                    Antes de que la batalla de Ayacucho sellara la independencia de la
            América española los versos de don Andrés Bello en la primera parte de su
            Alocución a la poesía expresaban discretamente el prestigio y la fama de que
            gozaba Viscardo entre los hispanoamericanos que habían asumido esa causa:

                    Ni sepultada quedará en olvido La Paz que tantos hijos llora,
                    Ni Santa Cruz ni menos Chuquisaca,
                    Ni Cochabamba, que de patrio zelo Ejemplos memorables atesora,
                    Ni Potosí de minas tan rico
                    Como de nobles pechos, ni de Arequipa
                    Que de Viscardo con razón se alaba.
                    Ni a la que el Rímac las murallas lava,
                    Que de los Reyes fue, ya de sí propia,
                    Ni la ciudad que dio a los Incas cuna
                    Leyes al sur, y que si aun gime esclava
                    Virtud no le faltó sino fortuna.
                    Entre tantas ciudades heroicas que habían luchado por diez largos
            años sólo el nombre de Viscardo era rescatado por Bello. La gloria, sin em-
            bargo, la fama póstuma, le fue esquiva y tardía. En el Perú, donde el naciona-
            lismo romántico, como en el resto de América, exaltó las glorias del terruño,
            el valor trágico de su vida y la difusión e influencia de sus breves páginas no
            fueron debidamente calibrados en los primeros lustros de vida independiente.
            La Carta se había publicado en Lima en marzo de 1822, acaso para ayudar al
            grupo republicano de Sánchez Carrión, Mariátegui y Pérez de Tudela, que a la
            sazón impugnaba en la Sociedad Patriótica el proyecto monárquico de Mon-
            teagudo. Pero el Congreso Constituyente de setiembre de ese año no reparó
            en la figura del arequipeño a la hora de declarar justicieramente beneméritos
            de la patria a quienes, como Rodríguez de Mendoza y tantos otros, habían
            luchado por ella desde los inicios del proceso emancipador.


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