Page 85 - La Rebelión de Huánuco. Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Huánuco de 1812
hombre rústico, falta de juicio y obsesionado por la manía de la búsqueda de
minas y tesoros, en que gastaba todo su caudal. Se le describe «atada siempre
la cabeza con un pañuelo sobre un gorro», persiguiendo los tesoros del Inca
y excavando cerros, entre ellos uno que había titulado el «Templo del Sol».
Idéntico recurso de suplicación, interpuso D. Lorenzo Berrocal a nombre de
José Rodríguez, al cual se le presenta como hombre de suma rudeza, dedicado
al trabajo de su chácara y a «cobrar las cascarillas de las montañas». Alega el
defensor que su representado participó en la rebelión, seducido por Durán
Martel con el poderoso argumento de que los chapetones aniquilarían a los
oriundos del lugar y los privarían de sus tierras, lo que lo impulsó a la defensa
de sus propiedades y a «la libertad de su Patria». Como elemento probatorio
menciona la confesión de Durán Martel, de la cual se insertan copias, y afirma
que los eclesiásticos, sujetos de la mayor representación, eran los que habían
fomentado la rebelión y el bando «entre europeos y naturales».
Francisco Calero, en su defensa de los indios, se queja de que, en razón
de haber patrocinado a muchos reos del común, había sido hostilizado por el
Subdelegado de Panatahuas, D. Alonso Mejorada y otros parientes suyos «que
tienen crecidos repartos en esta Provincia», pide que se impida a la mujer de
éste y a José Castillo, la entrada al pueblo de Panao, y los acusa, al igual que a
los jueces, de extorsionar a los indios, quitándoles sus granos y hasta sus «ollas
de manteca». En forma altisonante advierte que se quejará a las Cortes y que
los indios no quieren que continúe el Subdelegado, porque temen que a la sa-
lida del Intendente prosigan con sus excesos y que seis de ellos irían a Lima a
plantear sus agravios al Virrey. Con abierta beligerancia, Calero alega «como
español americano» contra la «maldita tolerancia de los repartos» y sostiene
que los desvelos de las Cortes Soberanas y las innúmeras leyes promulgadas
desde siglos anteriores habían sido inoperantes y nunca se cumplieron en la
sierra porque los Subdelegados son «los primeros y grandes comerciantes».
Más que un alegato de defensa, el abogado de los indios presenta una verdade-
ra requisitoria contra los Subdelegados, cuyos procedimientos y abusos eran,
a todas luces, los mismos de los antiguos Corregidores.
El Fiscal Protector Eizaguirre presenta, el 30 de Julio de ese año, un
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extenso recurso a favor de los indios del común condenados al resarcimiento
de los daños y, en especial, contra la pena capital impuesta a Norberto Aro.
Coincide con los anteriores dictámenes en lo tocante al «despotismo y comer-
cio reprobado» de los Subdelegados, los arbitrarios repartos de especies que se
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