Page 90 - La Rebelión de Huánuco. Vol 1
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Volumen 1
Prólogo a la primera edición
sino contra los europeos «y que estos se defendiesen como podían», agregan-
do que a la entrada del ejército de González de Prada «todos daban a conocer
el sentimiento que tenían del triunfo de las armas del Rey».
Se refiere también a las influencias extrañas, a la venida de emisarios
de los países sublevados y a la llegada de cartas de Castelli. Menciona a dos
hombres llegados en 1811 y que desaparecieron despues de haber estado un
mes en Huánuco, y al falso lego franciscano, prófugo de Santa Fe y emisario
secreto de Quito o del Alto Perú, que hablaba de revolución. Cita, asimismo, a
los dos quiteños presos en el Cerro que tenían papeles subversivos y al patasi-
no Queipo, autor de pasquines que incitaban a la rebelión.
Sus apreciaciones sobre González de Prada son de gran interés aunque
en parte no muy objetivas por estar inspiradas en su posición contraria a los
indios, en algunos casos de meridiana clarividencia en cuanto a la fuerza que
representaban. Considera al Intendente muy proclive y considerado con los
indígenas y expresa que muchos se quejaban de su lenidad y del «inmoderado
cariño que les tiene», impidiendo que se hiciera fuego contra la indiada que
había cometido los peores excesos. El Señor Intendente, dice Jado, «tiene un
corazón muy blando y en el día se necesita hacer un castigo ejemplar. Si así
no se hace todo está perdido, pues el indio no se corrige sino arruinándolo» y
«una vez agitados no se tranquilizan tan fácilmente como se juzga». Insiste en
el carácter general de la rebelión, en la cual participaron oficiales de infantería
y caballería, mestizos y muchos blancos de Huánuco, además de las masas
indias; expresando que si bien en sus principios fue obra de pocos, «fueron
muchos los que creyeron que todo el reino seguiría el ejemplo de Huánuco
y por consiguiente que ya podían llamarse independientes». Caracteriza en
consecuencia a los reos principales en tres clases: los que promovieron la re-
volución, entre ellos los eclesiásticos Villavicencio, Durán Martel, Aspiazu y
algunos clerigos; los que la siguieron, en cuya clase se incluye toda la indiada;
y los saqueadores, no incursos en los dos primeros delitos, pero que se apro-
vecharon del desorden para sus latrocinios.
Critica acerbamente la lenidad de la sentencia que, según él, había
causado en Huánuco tristísimos efectos y que los indios decían que pronto
vendría Castelli a vengar el agravio en la persona del propio Intendente, que
Huánuco no se enmendaba «y por consiguiente debemos esperar que como
en el Alto Perú, el sistema de indulgencia sea la causa de nuevo desorden y de
necesidad de muchos más sacrificios»; y añade que mientras en América exis-
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