Page 70 - La Rebelión de Huánuco. Vol 1
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Volumen 1
                                                                    Prólogo a la primera edición
            esta paladina confesión del caudillo. Varios de ellos declaran que procedió a
            segarle las orejas al decapitado, le vació los ojos, le cortó la lengua y la repartió
            a pedacitos y todos comieron sus trozos.
                    Reo de consideración fue también el controvertido P. José Ayala, inter
            de la doctrina de Chupán donde la insurrección adquirió visos de la mayor
            violencia. Su personalidad y su actuación se presenta en estos autos muy di-
            versa de la que aparece en sus copiosas informaciones y alegatos, porque ya
            en la sumaria se acumulan contra él cargos de gravedad. Se le acusa de ser el
            consejero de los indios, a los cuales incitaba a los ataques y les ordenaba fabri-
            car hondas y armas. Afirma en su confesión que el Vicario Juan Reymundez
            lo mandó, con el cuaresmero Nalvarte, a contener al pueblo de Sillapata, evi-
            tar que pasaran el puente y advertirles que en Pachas no existían chapetones,
            pero que los indios tenían órdenes contrarias de Crespo y Castillo. Imputa a
            Nalvarte el haber convencido a los indios para que obedecieran esas disposi-
            ciones, pero en los careos se confirma su inacción, contraria a las órdenes de
            su Vicario. Los testigos declaran, además, que ordenó a los indios de Chupán
            derrumbar caminos y el puente de Pichichi, para que no pudieran transitar los
            soldados. La confesión de Domingo Berrospi, actuada en Huánuco, comporta
            una nueva prueba contra el Presbítero. Afirma Berrospi que se alojó en Chu-
            pán en el mismo convento de Ayala y que éste le aconsejó que debían hacer en
            ese pueblo el fuerte para la defensa.
                    El mentado cuaresmero de la Doctrina del pueblo de Llacta, D. To-
            más Nalvarte, resulta también reo de cargo en estos autos. Se le imputa haber
            ordenado matar a los chapetones, sostener el dicho de que ya no había Rey,
            y recibir y trasmitir órdenes de Crespo y Castillo. A D. Pío Quinto Miraval,
            Sargento de Milicias y nativo del pueblo de Pachas, se le asigna participación
            en el movimiento, aunque, según se infiere, no aceptó el cargo de Juez para
            el cual lo nominaron los indios. No obstante sufrió prisión y embargo de sus
            bienes y sólo años más tarde terminó por probar su inocencia.
                    Las pruebas actuadas en los autos patentizan prácticas gentiles que
            gravitan en la insurrección, tales como el entierro de una mujer viva por «ser
            afecta a los europeos», los asesinatos a piedras y palos, las mutilaciones y las
            masacres, ya citadas, rodeadas de escenas de canibalismo, los desfiles con los
            trofeos de las víctimas y las danzas guerreras y cánticos alrededor de los cadá-
            veres.





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