Page 69 - La Rebelión de Huánuco. Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Huánuco de 1812
de que los chapetones habían usurpado el Reino y se apoderaban de todo.
Otros testimonios imputan a los europeos españoles el haber impuesto tres
siglos de esclavitud y agobiado de tributos a los habitantes.
Como otro hito descollante, aparece también en estos autos el mito del
Inca, encarnado en un indio de Margos o de Yanas, el mentado D. Romualdo
Inga; y se insiste, igualmente en la llegada del Rey Castelli, o Castell Inga, por
la ruta de la montaña real de Huánuco o «por Huarapa», a libertar a los opri-
midos indios. Se entremezcla algunas veces la figura del caudillo bonaerense
con la de Crespo y Castillo y se habla del «Rey de Huánuco Castillo». Ese tema
de Castelli se mueve con persistencia para alentar a la indiada y se presenta a
ese caudillo como el exterminador de los europeos chapetones y el redentor
de los cautivos americanos e indios. El Presbítero Ayala afirmaba que «Castell
Inga» tenía su tambo en Huarapa y ordenaba degollar a los europeos. Domin-
go Berrospi, transeúnte en la Provincia, advertía a los indios que no pagaran
tributo porque venía «Castell Inga», ya no había Rey, Intendente, ni jueces, y
que él les avisaría su llegada para que lo recibiesen «con mitas». La figura de
Castelli se adapta también al carácter prevalente de la insurgencia con marca-
dos fines pragmáticos. Se sostiene así, por el lado indianista, que venía contra
los europeos y a desquiciar el buen orden entre éstos y los criollos para «dar
fin después aún a la clase mixta».
Entre los principales mandones de la insurrección, además de los pro-
cesados en Huánuco, surge la vigorosa figura de Norberto Aro o Tupaamaro,
el bárbaro capitán de los Huamalíes, siempre peleando a sable y adalid de la
indiada, altivo y ensoberbecido, que negaba la autoridad del Rey y se lanzaba
siempre a lo más reñido de las batallas. Su confesión y los testimonios en torno
a su actuación, ofrecen características muy especiales. A pesar de ser huanu-
queño y ladino, su confesión se actuó por medio de un intérprete. Declara que
había llegado a la Provincia hacía dos años, como arrendatario de una tierra
de Andrés Meléndez, cabe el pueblo de Cani. En abierto desafío, confiesa que
los indios lo propusieron como Jefe y el aceptó sin vacilaciones. Menciona
el itinerario de sus huestes, ya en plan bélico, señalando su paso, entre otros
puntos, por Chupán, Obas y los altos de Pariarca. De sus propios labios ema-
nan los relatos de episodios plagados del más cruento sabor barbárico, como
la masacre de un indio ya maltrecho y al cual, para que no penara, lo hizo de-
gollar, le machacaron los sesos y enarbolaron su cabeza en un palo, en medio
de las danzas triunfales del propio Aro y sus secuaces. Los testigos confirman
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