Page 68 - La Rebelión de Huánuco. Vol 1
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Volumen 1
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            de la insurrección que el Protector de Naturales la calificaba de un río impo-
            sible de contener, y los indios de Santiago de Rondos alegan que la sedición
            se propaga «como la candela pegando de uno y otro pueblo». Se verifica, en
            efecto, su iniciación en el pueblo de Marías y su inmediata difusión a Chuquis,
            Chupán, Rondos y hasta los más alejados parajes. Figuran en los autos la lista
            completa de los pueblos alzados y de los reos, en su casi totalidad indios que
            declaran por intérprete y algunos con nombres españoles, como Santiago Es-
            pinoza, Mariano Herrera, Nicolás Quijano; mestizos, en listas separadas, que
            declaran no saber castellano y no pocos forasteros indígenas. No faltan tes-
            tigos soldados, vecinos criollos y algunos naturales de los Reinos de España,
            radicados en el pueblo de Aguamiro y otros de la Provincia. Se comprueba,
            asimismo, que hasta los soldados del Regimiento estaban parcializados y ha-
            bían fugado; y a la llegada del Coronel, el propio Alférez Real no colaboró a los
            planes defensivos y las mujeres apedrearon a esa autoridad militar.
                    Los agravios que alegan los indios son los genéricos de la rebelión,
            fundamentalmente las «mitas» en velas, leña, ganado lanar y mular, y los ex-
            cesos de las autoridades, pero las motivaciones profundas exceden el marco de
            esas ya clásicas protestas de todos los alzamientos y motines indígenas y mes-
            tizos, porque comportan un haz de intereses y rencores y aún de nostálgicos
            atavismos, entremezclados y alentados por los instigadores huanuqueños.
                    Se acusa en estos procesos, como en los seguidos a los rebeldes huanu-
            queños, la empecinada odiosidad de los insurrectos, criollos, mestizos e in-
            dios, contra los europeos o chapetones. Los indios distinguen los matices
            clasistas, ya de tono oficial desde fines del siglo XVIII, de la distinción entre
            europeos españoles y europeos americanos. No embargante, hay en estos au-
            tos reveladores testimonios, que se reiteran en otras piezas de los procesos,
            indicativos de que a las veces los unificaban en sus rencores, amenazando con
            matar a los blancos europeos y americanos; lo que podría condicionar un sin-
            gular matiz racista o indianista en su insurgencia. Como contrapunto de esta
            posición no faltan datos que comprueban similar contenido clasista en el lado
            de los rebeldes «americanos», como la declaración atribuida al P. Ayala en el
            sentido de que sólo quedarían criollos en el Reino. Empero, los intereses se
            coaligan cuando se trata de terminar con los chapetones. Las instigaciones de
            todos los caudillos iban directamente enderezadas a esa mira y en estos autos
            el material informativo al respecto es asaz considerable. El cura Manuel He-
            rrera, nativo de la ciudad de Huánuco, aleccionaba a la indiada con la especie



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