Page 502 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen 1
Dictamen de José Baquíjano sobre la revolución hispanoamericana
en el caso de ser enteramente subyugada la España; con esa garantía se ofrecía
la Nueva España a negociar con las demás naciones el caudal que se necesitase
para sostener la gloriosa lucha en que se hallaba con la Francia, comprome-
tiéndose a hipotecar para el seguro del crédito los productos de sus opulentas
minas; la comisión ultramarina aprobó la memoria con justicia; mas, ocho
meses estuvo en la mesa del congreso sin permitir se leyese ni aun en sesión
secreta, calificándolo de plan revolucionario.
Sin desalentarse aquellos vasallos por tan sospechosos rechazos, apu-
raron todos los medios de conciliación; en el armisticio firmado entre las pro-
vincias del Río de la Plata y la Plaza de Montevideo dicen: «Ambas partes
contratantes a nombre de los habitantes sujetos a su mando, protestan solem-
nemente a la faz del universo, que no reconocen ni reconocerán jamás otro
soberano que al señor don Fernando VII y a sus legítimos sucesores y des-
cendientes —y declaran que— reconocen la unidad indivisible de la nación
española, de la cual forman parte integrante las provincias del Río de la Plata,
en unión con la península y con las demás partes de América que no tienen
(repiten) otro soberano que el señor don Fernando VII».
Solicitan la mediación de Inglaterra para dar pruebas de la sinceridad
con que pretendían reunirse a la Madre Patria, y cubriendo de improperios a
los americanos, suponiendo designios interesados en los mediadores rehúsan
el acceder a ella, por ciento un votos contra cuarenta y seis, no contándose
entre estos últimos sino seis españoles europeos, sin entrar en discusión de las
proposiciones que hacían las bases de la conciliación, y que bien examinadas
modificándose en muy poco, podían haber evitado los incalculables males
que ha originado su desprecio.
Esta antipolítica conducta ha sido el verdadero origen de la desespe-
ración de aquellos pueblos; jamás se ha querido dar oídos a sus quejas, ni es-
cuchar sus proposiciones; y cuando se gastaban días enteros en serias sesiones
sobre si debía decirse barra o barandilla, si había de nombrarse quien reco-
giese las cartas del correo para los diputados, o cada uno tendría ese cuidado
con las suyas, no se han empleado unos pocos momentos para reflexionar
sobre los medios de aquietar los ánimos, y restituir la paz y unión de esa parte
tan principal de la monarquía, pudiendo decir con justicia esos abandonados
vasallos lo que los corcyreos ante el pueblo de Atenas: «Estamos agraviados
porque habiéndolos invitado a conferencias para terminar por razón y justicia
nuestra controversia han querido mejor castigar con las armas los delitos que
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