Page 155 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
P. 155
Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
Vida y obra de José Baquíjano y Carrillo
reposo y libertad. Si un ciudadano debe exponer su vida por su patria y por su
príncipe, con más razón debe ceder una porción de sus bienes para pagar las
cargas públicas. Ninguno, sin rebelión, puede recusar los tributos, que son un
reconocimiento de la autoridad suprema. En todos tiempos y entre todos los
pueblos tuvieron los soberanos el derecho de imponerlos, como una conse-
cuencia necesaria de la defensa del estado que tienen a su cargo. Sin ellos, ni el
príncipe podría ocurrir a las necesidades públicas, ni proteger a los particula-
res, ni defender al estado mismo. Y la nación sería la presa del enemigo, y sus
individuos perecerían con ella.
[83] La misma Sagrada Escritura autoriza este derecho de los sobera-
nos y confirma la obligación que tienen los súbditos de satisfacerlos. El pre-
cursor de Cristo, San Juan Bautista, siendo preguntado de los publicanos, que
eran los que cobraban los impuestos y rentas públicas, sobre lo que debían
hacer para salvarse, no les dijo: ¡Dejad los empleos porque ellos son malos y
contra la conciencia!, sino solamente: ¡No exijáis más de lo que está mandado!
[84] El mismo Jesucristo lo decidió en términos formales. Pretendían
los fariseos que el tributo que pagaban al César en la Judea era indebido, por
cuanto el pueblo de Dios no debía tributar a un príncipe infiel, y con la misma
respuesta deseaban desacreditar a Cristo en el concepto del pueblo, si respon-
día a favor del César, o delatarlo a los romanos, si era contrario al emperador.
Le propusieron esta cuestión capciosa: ¿Es, por ventura, lícito o no, el que
paguemos tributo al César? Pero Jesucristo, después de increparles el vano de-
signio de sorprenderlo: ¡Mostradme, les dice, una moneda! Y preguntándoles,
en su vista, de quién era aquella imagen e inscripción, respondieron que del
César. Entonces resolvió la cuestión por estas palabras que confundieron su
depravada hipocresía: ¡Dad, pues, dijo, al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios! Como si dijera: No os sirváis jamás del pretexto de la religión
para no pagar el tributo. Dios tiene sus derechos separados de los príncipes.
Vosotros obedeceis al César que ha hecho acuñar la moneda de que se sirve
vuestro comercio; y pues él es vuestro soberano, reconoced su soberanía, pa-
gándole el tributo que tiene impuesto. Y es digno de notarse, como advierte el
célebre jurisperito, de quien no he hecho sino extractar este principio, que Je-
sucristo, para pronunciar esta sentencia, sólo miró la inscripción del nombre
de César, grabada en la moneda, sin preguntar ni examinar cómo o por qué
orden se cobraba semejante impuesto. El nombre del príncipe, su imagen, el
derecho de dar a la moneda su valor, son, en efecto, las señales de la soberanía
154