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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             Vida y obra de José Baquíjano y Carrillo
            reposo y libertad. Si un ciudadano debe exponer su vida por su patria y por su
            príncipe, con más razón debe ceder una porción de sus bienes para pagar las
            cargas públicas. Ninguno, sin rebelión, puede recusar los tributos, que son un
            reconocimiento de la autoridad suprema. En todos tiempos y entre todos los
            pueblos tuvieron los soberanos el derecho de imponerlos, como una conse-
            cuencia necesaria de la defensa del estado que tienen a su cargo. Sin ellos, ni el
            príncipe podría ocurrir a las necesidades públicas, ni proteger a los particula-
            res, ni defender al estado mismo. Y la nación sería la presa del enemigo, y sus
            individuos perecerían con ella.
                    [83] La misma Sagrada Escritura autoriza este derecho de los sobera-
            nos y confirma la obligación que tienen los súbditos de satisfacerlos. El pre-
            cursor de Cristo, San Juan Bautista, siendo preguntado de los publicanos, que
            eran los que cobraban los impuestos y rentas públicas, sobre lo que debían
            hacer para salvarse, no les dijo: ¡Dejad los empleos porque ellos son malos y
            contra la conciencia!, sino solamente: ¡No exijáis más de lo que está mandado!
                    [84] El mismo Jesucristo lo decidió en términos formales. Pretendían
            los fariseos que el tributo que pagaban al César en la Judea era indebido, por
            cuanto el pueblo de Dios no debía tributar a un príncipe infiel, y con la misma
            respuesta deseaban desacreditar a Cristo en el concepto del pueblo, si respon-
            día a favor del César, o delatarlo a los romanos, si era contrario al emperador.
            Le propusieron esta cuestión capciosa: ¿Es, por ventura, lícito o no, el que
            paguemos tributo al César? Pero Jesucristo, después de increparles el vano de-
            signio de sorprenderlo: ¡Mostradme, les dice, una moneda! Y preguntándoles,
            en su vista, de quién era aquella imagen e inscripción, respondieron que del
            César. Entonces resolvió la cuestión por estas palabras que confundieron su
            depravada hipocresía: ¡Dad, pues, dijo, al César lo que es del César, y a Dios lo
            que es de Dios! Como si dijera: No os sirváis jamás del pretexto de la religión
            para no pagar el tributo. Dios tiene sus derechos separados de los príncipes.
            Vosotros obedeceis al César que ha hecho acuñar la moneda de que se sirve
            vuestro comercio; y pues él es vuestro soberano, reconoced su soberanía, pa-
            gándole el tributo que tiene impuesto. Y es digno de notarse, como advierte el
            célebre jurisperito, de quien no he hecho sino extractar este principio, que Je-
            sucristo, para pronunciar esta sentencia, sólo miró la inscripción del nombre
            de César, grabada en la moneda, sin preguntar ni examinar cómo o por qué
            orden se cobraba semejante impuesto. El nombre del príncipe, su imagen, el
            derecho de dar a la moneda su valor, son, en efecto, las señales de la soberanía



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