Page 150 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen 1
Reflexiones por Juan Baltasar Maciel sobre el «Elogio» de Baquíjano
declamadores, los más violentos gritos contra la constancia incorruptible del
ministro que despreció, generosamente, éstos y otros últimos esfuerzos de su
moribundo lujo, esta Provincia del Río de la Plata y todo el Reino del Perú lo
colmaron de bendiciones y besaron su mano por haber roto las cadenas que
las hacían gemir bajo de tan tiránica codicia y comunicándoles, en la erección
de este virreinato, franqueza de su mutuo comercio y abolición de los repar-
timientos, aquel espíritu vivificante que, animando todos los miembros de su
cuerpo, los preservará de la ruina que les amenazaba, y los hará florecer, sin
perjuicio de la justicia cuya gloria hará inmortal su nombre en la sucesión de
los siglos y reparará con infinitas ventajas los vanos e injustos tiros que se le
han asestado.
Tercera Prueba
Extinción de la Compañía de Caracas
[74] Sin embargo de que, por no hacer interminable este capítulo, he
omitido otras muchas pruebas que desmienten aquella aversión y odio contra
los americanos, he insinuado el expresado lugar, no tanto por deducirse de él
una eficaz confirmación de la falsedad de semejante impostura, cuando por ser
la Provincia de Caracas correspondiente a esta nuestra América meridional.
[75] Mucho más de cincuenta años hace que se estableció en aquella
provincia una Compañía de comerciantes españoles que, engrosándose ex-
traordinariamente desde sus principios, se hicieron dueños absolutos de todo
el comercio de sus más apreciables frutos. Cebada su codicia con las utilidades
que reportaban, declinó presto en tiranía, y los infelices caraqueños quedaron
sin otro arbitro que el de entregar sus frutos a la Compañía por los más bajos
precios que ésta les prescribió. Sus quejas fueron inútiles porque el poder de
sus opresores las ahogaba en su misma cuna, hasta que, creciendo de día en
día su miseria y viendo que el sudor de su trabajo sólo fertilizaba el terreno de
sus tiranos, sacudieron su pesado yugo con sangrientos estragos que hicieron
gemir a la misma humanidad. Fue necesario que la autoridad del soberano
metiese la mano de su poder para apagar aquel incendio. Pero dejando sus-
bistente la causa de tanto mal, fue de corta duración el lenitivo y volvió el
fermento de la codicia a corromper la masa de la Compañía. Desde entonces
fueron vanos cuantos gritos levantó la opresión de aquellos infelices, porque
las poderosas relaciones que se había procurado la Compañía dentro de la
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