Page 154 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen 1
Reflexiones por Juan Baltasar Maciel sobre el «Elogio» de Baquíjano
probidad, tratándolo, por haber sido comerciante, cual culpable prevaricador
de su destino que detiene e impide, por capricho o sórdido interés, la concu-
rrencia del efecto y mercancía.
SECCION SEGUNDA
Presupónense ciertos incontestables principios que refutan, en general,
las indicadas objeciones.
Primer Principio
Autoridad del soberano para imponer derechos a los súbditos y formar la renta del estado
[81] Este principio es incontestable, y sin él la soberanía sería una
agradable quimera y el estado un vano fantasma, incapaz de subvenir a las
necesidades públicas que son inevitables en las sociedades civiles, donde se
exigen gastos considerables tanto en la paz como en la guerra. Es indispen-
sable mantener tropas y pagar las guarniciones de las plazas, proveer de lo
necesario la casa Real y satisfacer los gajes y salarios de los ministros y demás
empleados en el servicio del rey. El reparo y conservación de los caminos, la
fortificación de las plazas y construcción de los puentes y calzadas, con todo lo
que concierne a la navegación de los ríos, y demás cargos públicos, son objetos
propios de la soberana autoridad, a cuyas expensas subsisten. Los gastos que
ella tiene que impender en tiempo de paz, se aumentan sobremanera con la
guerra, sin la cual, muchas veces, no se puede conseguir ni conservar la paz
que se debe siempre buscar como el bien más interesante a la sociedad. La
guerra, al fin, no se hace sin tropa ni se mantiene sin sueldo, ni el sueldo se
proporciona sino por los impuestos, de suerte que el estado no puede subsistir
si no tiene la renta que baste a su necesidad, y, del mismo modo que el cuerpo
humano no puede pasarse sin comer ni beber, tampoco el cuerpo político se
puede mantener sin los impuestos que llamó con razón Cicerón, el adorno de
la paz y el subsidio de la guerra.
[82] A estos principios, que fundan en los soberanos la autoridad de
imponerlos, es consiguiente en los súbditos la obligación de satisfacerlos, por-
que sin ésta sería aquélla vana e ilusoria, fuera de que los ciudadanos, con-
tribuyendo a las cargas del estado contribuyen a su propia conservación, y
que aquella parte que dan de sus bienes y con la cual compran la paz que el
soberano les procura, les asegura lo que les queda con el precioso don de su
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