Page 106 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen  1
                                        Elogio al virrey Jaúregui por Baquíjano en la universidad de San Marcos
            la expresión única, que profiere V. E. No es preciso vivir; pero es necesario que
            nuestra muerte sea sin confusión, y sin oprobio. ¡Qué variación tan pronta,
            y feliz! Al desaliento sucede el furor y la cólera: la venganza clama, el fuego
            brilla, el bronce dirigido con arte espanta, entremece, y devora una nube es-
            pesa de humo cubre al cielo, y le oculta la rabia, que anima a los mortales, la
            cruel muerte triunfa en una y otra parte. Allá expira el impío, y blasfema; acá
            muere el soldado, e implora a la misma deidad, que el otro ofende. La piedad
            generosa, la dulce humanidad huyen, y se retiran: los peligros se multiplican,
            desesperación se renueva, el grito del encono se confunde con el lamento del
            dolor y la pena. Catorce horas de mortandad no han podido apagar el ardor
            insaciable de sangre, y de destrozo. La noche compasiva se acerca, y exten-
            diendo sus tinieblas, se ignora si el tiro corre con acierto, o si extravía direc-
            ción. No se divisa la pérdida ajena, ni puede repararse propia. Con todo V. E.
            no desmaya; sostiene al esforzado, y alienta al temeroso. La aurora descubrirá
            nuestras ventajas: es la esperanza con que lisonjea a la debilidad, y la generosa
            resolución que abraza, y les anuncia.
                    [14] ¡Pero qué silencio después de tanto horror! Ya no resuenan las
            balas enemigas: ya hay quietud para observar el peligro evitado, y la gloria
            adquirida. La desgraciada suerte de tanto infeliz es la que se lamenta; la propia
            vida se ve fuera del riesgo, y adornada con el inmortal honor, que acaba de
            lograrse. Mas ah! que las prosperidades son siempre pasajeras. El mar quiere
            vengar el abatimiento, y vergüenza de nuestros rivales. Los fieros aquilones
            soplan: la agua se altera, el aire se inflama, el rayo truena, las olas irritadas ya
            precipitan al contrastado leño en el profundo abismo; ya se hinchan, y sobre
            su espuma parece que lo acercan a tocar en los cielos, la jarcia revienta, el
            mastelero cae, el navío se inclina: el piloto consternado abandona el timón: el
            equipaje espera en un triste silencio el fin de su desgracia, o disputa una débil
            tabla que retarde su muerte. Sombra inmortal del gran Santa-Cruz, ¿dónde te
            has retirado? Ese marcial espíritu, con que tu digno descediente desprecia el
            furor enemigo, es prueba victoriosa que no ha burlado tus justas esperanzas.
            Embaraza que el triunfante teatro de tus glorias sea el sepulcro fúnebre de
            sus cenizas. Mantenlo inmóvil retando a la fortuna a que llegue alterarle la
            constancia; no abandone el combate, hasta que la luz del día le haga ver que
            ya no hay combatientes. No lo desampares: síguelo a Puerto Rico, y admirarás
            allí nuevas proezas, cuyo esplendor reflectiendo sobre ti, te anima y vitaliza,
            dando nuevo brillo a tu nombre, tu fama, y tu memoria.



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