Page 74 - Guerrillas y montoneras durante la Independencia - Vol-1
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Volumen 1
Prólogo a la segunda edición
a un desarme gradual y sagaz. Ya en enero de 1823, y a pedido de Otero, el
propio Guzmán había remitido preso al oficial Simón Negrón, al que admitía
haber tolerado por un año y un mes; lo consideraba ladrón y denunciaba sus
agresiones contra la población, a la vez que pedía no se le reenviase a las gue-
rrillas porque sería en desdoro de su «honrada partida». Dada tal situación,
se comprende que en enero de 1824 Bolívar pidiese a Torre Tagle buenos ofi-
ciales para que las guerrillas fuesen útiles y no perjudiciales; y que dos meses
después Sucre plantease a Otero que, habiendo causado «males inmensos»
al ejército realista en 1820-1821, las guerrillas estaban desmoralizadas y que
había que buscar el modo de hacerlas útiles.
Ya eran los meses previos a la campaña final, y los ánimos estaban in-
decisos. Si bien en abril de 1824 los comasinos se defendieron con galgas ante
una incursión realista, el mismo mes Aldao calificaba de «godos» a Huánuco,
Panao y otros pueblos cercanos y decía que, si dependiera de sí, fusilaría de
trescientos a cuatrocientos por semana. Nótese que en enero de 1822 Huánu-
co y Ambo, así la población urbana como los indios del campo, cual eco de la
rebelión de 1812, se habían aprestado con entusiasmo a la defensa ante una
posible incursión realista, y que San Martín había ordenado en marzo de 1822
que se difundiese la noticia del patriotismo huanuqueño. De modo semejante,
el mismo día de la batalla de Ayacucho, Pedro José González informaba desde
Pampas que no conseguía quien se prestase voluntariamente como espía ni
conductor de correspondencias; por contraste, en 1820 Arenales había encon-
trado una entusiasta colaboración. También en aquella magna fecha, un oficio
desde Omas anunciaba que Izcuchaca, Huando y demás pueblos de Angaraes
habían pedido perdón a Santa Cruz por su sublevación a favor del realismo.
Una de las causas que explican esta volubilidad radica en el terror. El
testimonio de Francisco Jiménez es elocuente al respecto: el cura Estanislao
Márquez manifestó su adhesión al pronunciar en Tarma el sermón fúnebre
en las exequias de los caídos en Junín «desarrollando sus ideas patrióticas en
circunstancias que no se encontraba un sacerdote que se atreviese a ello, en
atención a que el enemigo había retrogradado hasta Huamanga y creía volvie-
se a ocupar estos puntos». Concurrentemente, en enero de 1823, un anónimo
escribía desde algún pueblo del valle de Jauja al comandante Antonio de Alia-
ga y a la vez que le proporcionaba información sobre las fuerzas realistas, le
explicaba su colaboración forzada con ellas: «Pues Señor el caso que le suplico
es de que con amenazas de pasarme las armas y los consejos de los realistas
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