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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
conseguir el que se indultasen. Con esta noticia parecia ya superfluo el pasar
adelante; y sin embargo el desaliño con que venia cerrada la carta nada con-
forme al primor y educacion de dicho Cura, el Dr. Artajona a quien conocía de
antemano, me suscitó ciertos recelos, y para desembarazarme de ellos pregunté
al yndio expreso del paradero de Calisaya, y respondiendome que lo dexaba en
Ayata, comprendí al instante que el Cura padeció violencia para escribir carta a
fin de embarazar el que el Sor. Inspector siguiese sus marchas para perseguirlos.
Lleno de este pensamiento di orden de marchar al instante, y sin dexar
tropa alguna donde antes la havia determinado, me dirigí acia el Pueblo. A una
corta distancia encontramos a otro yndio que se tuvo por espion de los rebeldes.
Examinele brevemente, y su respuesta confirmó la anterior de que Calisaya se
havia mantenido en Ayata, aunque añadio este segundo que con el rumor de
que nuestras tropas se acercaban, se havia ya retirado a la media noche abando-
nando su tropa, que se mantenia como número de 150 en un Altura vecina a la
desembocadura del Valle, donde procuraron asegurar sus muebles que sin duda
no eran otros que los que havian robado los dias antes de estas pobres mugeres
de Ayata.
Apresuramos la marcha para desengañarnos de los rumores que ya se
divulgaban de que esas miserables mugeres havian ya perecido a manos de los
Rebeldes; aunque no mucho despues averiguamos que el verdadero origen de
esta noticia provenia de que el precitado Cura anunciandole su regreso para Ca-
rabuco, se havia resuelto a salir con todas las mugeres que tenia en su compañia,
y tambien un yndio muy fiel que tenia nombrado Pedro Aviles con designio de
seguir por la via de Mocomoco hasta incorporarse con nuestras tropas.
Saliole al camino que es muy estrecho el infame Calisaya con sus yn-
dios, con orden sangriento de que ninguna se reservase; dieron principio a la
tragedia sin que ni los eficaces ruegos del Cura, ni la inmediacion de nuestras
tropas pudiesen contener su extraordinaria crueldad y fiereza. El desgraciado
Cura puesto en esta confusión bolvio a su pueblo abrigando como 150 mugeres
y criaturas españolas, pero con el corazon traspasado con el dolor de haver ya
visto morir mas de 30 de las que salieron en su compañia, despues de haverlas
quitado a todas ellas la ultima ropa que les havia quedado para abrigarse. Pusie-
ron tambien sus manos sacrilegas en el Eclesiastico Dn. Manuel de Cigarrondo
y su hermano, estropeando de suerte que hasta ahora se mantiene impedido, y
con la pesadumbre de haver perdido a su honrado y anciano padre y una hermana.
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