Page 694 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen 3
Inicio de la rebelión
ejército, en compañía de los comandantes, en los que habiéndosenos presentado
un crecido número de enemigos rebeldes mandamos un emisario a que publicase
el bando de indulto; pero lejos dé conseguir este medio el efecto de reducirlos, la
obstinación de ellos causó el detestabilisimo de no sólo seguir en su rebeldía, sí
también en presentarnos batalla, vibrando sus hondas: Este exceso nos obligó a
poner en alto las armas, comenzaron los traquidos con tanta porfía como espanto,
pues en su duración y fortaleza se llegó a dudar si los primeros tenían segundos
o si era una continuada acción; descubriéndose al fin, cosa de cuarenta muertos
y a no hacer ellos la retirada y el lugar que los amparaba, no hubieran quedado
testigos que lo contasen.— El diecinueve del que corre, día del Patriarca Señor
San José, después de la misa, formamos tres columnas; en la diestra mandaban los
curas de Guayllate, el de Marnara y yo el de Pituguanca: en la siniestra el de Cui-
llurqui, el Chuquibamha y yo el de Airiguanca, cada uno con nuestras respectivas
banderas, clarines y tambores, haciendo el medio a estados; la más lucida de los
comandantes y españoles con fusiles, rejones y otras armas, siguiendo por detrás
el equipaje guarnecido y resguardado de una compañía, cuya buena disposición
y lucido armamento, que ocupaba más de una legua el campo, pudo hacer ver al
enemigo, era aquél el ejército del invicto Señor Don Carlos Tercero.— Decidié-
ronse estas columnas por las lomas correspondientes a su vista, bajaron cuatro
emisarios del enemigo y los partidos ofrecimientos y persuaciones con que nos
tentaron, fueron testigos de su añagaza, por tal mandaron nuestros comandantes
se diese guerra, siendo tanta la felicidad que por más galgas que nos despidieron,
no hizo estrago alguno su furia, antes en el campo del enemigo se descubrieron
ochenta muertos, quedando prisioneros cuatro, con más un Capitán suyo nom-
brado Huamani. Con esto pasamos al siguiente cerro y hecho nuestro campa-
mento, empezó la noche tan funesta, como erizada, haciendo su oscuridad mu-
cho mas medroso el asalto del enemigo, duró este moribundo conflicto por toda
la noche, precediendo acompañarle el melancólico estruendo de una avenida de
agua y nieve tan fuerte, tan abundante y duradera, que no había respiración sin
lamento. Amaneció el día veinte más furioso que benigno y más detemplado, que
compuesto; esto no obstante, seguimos la marcha y a poca distancia de un cuarto
de legua, se nos presentaron dos cerros guarnecidos y acampado de muchísimos
enemigos, y estando siguiendo varias reflexiones que hacíamos, llegó una carta del
rebelde José Chuquiguanca, pidiendo paces, la respuesta fue que con todo, pero
si que presentasen sus banderas y rindiesen sus armas, a lo que no avinieron, sino
que fuésemos para allá los comandantes y curas; y siguiendo el espíritu del Señor
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