Page 645 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            sus oficios tan oportunos hubieran sido despreciados por el imprudente ad-
            ministrador. Hecha esta diligencia se procedió a volver a los indios y demás
            interesados las cargas que estaban retenidas por la alcabala, y que, en rigor, no
            debían pagarla, porque eran fruto de las haciendas de Tambo y Vítor, que nun-
            ca la han satisfecho porque están encabezonadas y son del comercio y trabajo
            de los indios.

                    Estaba en estas diligencias el Señor Corregidor el día 15, cuando se le
            avisó de que en la plaza del pueblo de Cayma, distante de la ciudad un cuarto
            de legua, había un pasquín guardándole más de 700 hombres de varias castas
            y los más indios. Averiguóse su contenido y decía que a la persona que no se
            levantase al llamamiento de una caja sorda y un cohete disparado y no siguiese
            a la voz que gobernaría, se le quitaría la vida y se le quemaría la casa; y que
            al que se atreviese a quitar el dicho pasquín se le daría la misma pena, bien
            fuese sacerdote o secular, y que lo que había de ejecutarse en el avance daría a
            entender todo cuanto se había concebido de libertad.

                    Con este aviso hizo publicar un bando haciendo saber que ya no habría
            aduana. Mandó notificar al administrador saliese de la ciudad franqueándole
            de su peculio cuanto necesitase para su viaje. Hizo decir al populacho que di-
            jese lo que solicitaba para concedérselo, y que lo pidiese por un escrito, papel
            anónimo, o por el conducto de algún sacerdote. Valióse de todos estos medios
            prudentes y necesarias en la presente situación para sosegar y contener al pue-
            blo que ya se dejaba ver por las calles y plazas públicas con demasiada osadía.

                    Practicó otra diligencia, y fué pedir a un religioso dominico que hay
            en este convento, de mucha virtud y veneración, que pasase al pueblo de Cay-
            ma. Verificólo, en efecto, llevando un rosario muy devoto y de mucho con-
            curso: predicó a aquella gente que guardaba el pasquín; exhortólos para que
            le permitiesen quitarlo y traerlo asegurándoles un perdón general de todos
            los sucesos cometidos hasta allí, y persuadiéndoles con eficacia y cariño que
            abrazasen la paz y tranquilidad que con tanta beneficencia les ofrecía su co-
            rregidor; pero fué todo en vano. Volvió el buen religioso lleno de desconsuelo
            y amenazado por si insistía en su pedimento y persuasión. Bien conocía el
            Corregidor que el mejor medio después que no bastó la suavidad, la prudencia
            y moderación, era la fuerza; pero consideraba al mismo tiempo que no tenía
            tropa de qué valerse porque se sospechaba mucho de la gente que formaban
            las milicias de infantería y caballería, y que el convocarlas era valerse de sus


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