Page 644 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen 3
Inicio de la rebelión
dulzura, sin retener las cargas en la aduana hasta que llegasen las resultas de
Lima, a cuya superioridad se tenía dada cuenta de todo.
Ofreció el administrador cumplir con todo lo que se le pedía, y con
esto se creyó sosegado el populacho. Tardóse poco en ver desengaños y el es-
píritu que animaba a Pando. Aquella misma tarde del día 14 se supo de cierto
se cobraba en la aduana del propio modo que antes y aún con más temeridad,
porque a las guías de los administradores subalternos que expresaban haber
pagado la alcabala, en lugar de la extracción con cargo de pagar solamente
el mayor aumento, no se les daba rédito y cobraba por entero. Así sucedió
aquella dicha tarde con un pobre hombre que introdujo unas cargas de ají o
pimienta del valle de Tambo, en donde había pagado la alcabala según aquel
avalúo.
Por la noche se vió el encono de los malcontentos. A las once y media
asaltaron la casa de la aduana como 600 hombres los más a caballo, y en tan
buen orden que se conocía que había cabeza que los gobernaba. Abrieron o
rompieron la puerta de la calle y al querer el oficial mayor Torre disparar des-
de una ventana una pistola, al sacar la cabeza le pasaron una lanza por la cara,
haciéndole una herida que entonces se creyó mortal. Mientras estaban ven-
ciendo la entrada por la puerta principal, huyeron el administrador, oficial y
demás dependientes por las paredes del fondo de la casa a otras casas vecinas.
Rota la puerta entraron los malcontentos y no hicieron otra cosa que quemar
algunos papeles, romper una caja donde se guardaba la plata que, según se
dice, habrían como $ 2.500 que se llevaron, dejando alguna cantidad despa-
rramada por los suelos. El almacén donde estaban las cargas que quedaban
en rehenes por la alcabala fué abierto pero quedó intacto, y del mismo modo
todo lo demás de plata labrada, espadín de oro, trastes y vestidos del admi-
nistrador y sus dependientes; de modo que se conoce no llevaban ánimo de
robar sino de matar o atemorizar al administrador y demás para que saliesen
de Arequipa y se aboliese la aduana.
Antes de la una de la noche ya se había retirado el tumulto con tanto
silencio y buen orden que admiró. Sabido el suceso por el Señor Corregidor,
a la misma hora dispuso poner granaderos que custodiasen la casa hasta que
amaneciese, y entonces pasó dicho señor con los oficiales reales y alcaldes
ordinarios a reconocer el estado de la aduana para entregar a los primeros
cuanto se encontró de papeles, etc., bajo de inventario, lastimándose de que
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