Page 646 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            mismos enemigos. Los vecinos y sujetos forasteros que forman la nobleza no
            eran bastantes a repeler el desacato, y era sacrificar a todo el noble vecindario.

                    Rodeado el Señor Corregidor de todos estos cuidados y prudentes re-
            flexiones, creía y se persuadían todos que aquella noche del 15 sería la más
            tremenda en Arequipa. Los avisos que secretamente dieron al corregidor per-
            sonas de carácter y circunstancias, anunciaban su muerte, la de su familia, y el
            saqueo de su casa. Iguales avisos tuvieron otras varias personas de la ciudad, y
            en virtud de ellos, así éstas como el corregidor tomaron la resolución de ase-
            gurar sus personas en conventos y casas donde no había recelo. Otra distinta
            consideración movió también al jefe a desamparar su casa y poner su persona
            a cubierto. Consideró que si el tumulto lograba el intento de quitarle la vida, se
            insolentaría más y los excesos continuarían hasta el extremo. Aquella misma
            noche suplicó el corregidor a los prelados de varios conventos, que sacando
            alguna imagen devota saliesen por las calles las comunidades de las 10 de la
            noche para adelante, cantando el santísimo rosario, a fin de ver si se podía evi-
            tar de este modo el tumulto y saqueo que se esperaba, ya que no bastaban los
            medios de que habían usado su prudencia, ni había arbitrio para otro humano
            recurso.

                    A las 10 de la noche ya se dejó oír el tumulto en un número conside-
            rable de indios y mujeres. Se encaminó a la casa de Don Antonio de Lastarria,
            vista de la aduana, y se contentó con sólo golpear la puerta de la calle. De allí
            tiró a la casa del corregidor y la saquearon de tal manera que no dejaron un
            solo clavo en la pared, quemaron algunas piezas, y hubieran hecho lo mismo
            con todas si fuesen combustibles. El destrozo no se puede comprender sin
            haber visto la casa antes y después de este suceso. Cuando estaba el tumulto
            en la mayor fuerza, pasó por la casa el rosario con toda la comunidad de San-
            to Domingo, y aunque el religioso virtuoso que fué a Cayma los exhortó con
            fervoroso espíritu, fué predicar en desierto.

                    La gente que componía el motín que concurrió al saqueo y ocupaba
            la calle principal de la casa era toda de la plebe de la ciudad y los extramuros
            o arrabales, compuesta de mestizos, zambos, negros e indios, cuyo número,
            entre hombres y mujeres, pasaría de mil; pero al mismo tiempo se reparó que
            guardaban las bocacalles muchos hombres a caballo bien armados, y se supo
            también con toda certidumbre que por la casa vecina a la del corregidor, ha-
            bían entrado a la huerta a las 7 y media de la noche, varios hombres embozados


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