Page 530 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen 3
Inicio de la rebelión
llenos de amor al Soberano Fenecido éste, se empezo a acuartelar la gente en
diversas partes, conforme a la proporción de chozas y casas del lugar; pero
habiendo a las siete de la noche llegado un mozo al cuartel, asegurando la
precipitada marcha que había emprendido el indio por encontrarlos, y lo in-
mediato que estaba a nuestro campo; se formó consejo de guerra entre el Co-
rregidor Don Fernando Cabrera, que comandaba la tropa, y oficiales que la
guarnecían y fue en éste, Don Tiburcio de Landa de sentir de que se tomase un
morro que estaba a espaldas de la iglesia, el cual, por lo dominante a la cam-
paña por donde forzosamente debían ingresar los indios y lo alto de su situa-
ción, aseguraba ser ventajosísimo para formar en él nuestro real; el Coman-
dante opinó de otra suerte, asegurando deberse tomar por real la iglesia, y por
verlo fortificado de sus paredes y eminencia del cementerio, circunvalado de
una pared y arcos que podían servir de trinchera, y ya también por el mejor
abrigo, acogida y proporción para cocinar que ofrecía ésta a los soldados, fati-
gados por la marcha de siete leguas que acababan de avanzar y haber salido en
ayuno de la hacienda de Guaraipa. Siguióse el modo de pensar del Coman-
dante, al cual se adhirió por precisión, Don Tiburcio de Landa, bajo de la
protesta de que si la acción por esto se perdía, caería sobre él la• responsabili-
dad.— A las ocho de la noche, se levantó la voz de venir el Indio sobre noso-
tros, pusímonos sobre el arma y despachamos algunos centinelas, los que no
habiendo encontrado nada, nos sosegaron. A las once, se nos tocó otra arma
falsa; y habiéndose puesto sobre el arma Don Tiburcio Landa salido fuera,
solo, avanzándose más de un cuarto de legua y no reconocido nada, nos volvió
a aquietar.— Estábamos en esta tranquilidad, cuando a las cuatro tres cuartos
de la mañana nos vimos de improviso cercados, no menos de la confusión que
de los indios. Lo secreto de la marcha de éstos, hizo que no lo sintiésemos
hasta que tuvieron ganado el cementerio, única trinchera que nos habiamos
propuesto tomar. La multitud de piedras que de la puerta de la iglesia dispara-
ban, a los que osados se acercaban a ella, era suma; tanta, que una de ellas a
Don José Antonio Urizar, sobrino de Don Isidro Guisasola, le llevó un ojo y
medio carrillo, quien; sin embargo de esto se mantuvo con intrepidez, digo
con valor marcial. La fusilería, diestramente manejada por los mestizos de
Sicuani y Tinta, no nos incomodaba menos; de suerte, que nuestra artillería,
en sus descargas, manejada desde dentro de la iglesia, operaba poco o nada en
ellos, porque no tenía más blanco que el de la puerta de la iglesia, de ésta se
retiraban y acercaban los rebeldes a su arbitrio.— Don Tiburcio de Landa que,
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