Page 532 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen  3
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            Bernales y trece soldados más, siendo solamente prisioneros yo, Bernales y los
            demás soldados, porque dejaron libre al cura y sus ayudantes.— La inmuni-
            dad y crudeza con que nos condujeron a lo del tirano fue suma, cual me im-
            pelía con rapidez por una parte, cual me despojaba del hábito clerical por otra,
            llegando el término de darme una pedrada que hubo de desmayarme; suerte,
            que, por mi falencia de fuerzas, llegué a lo de él sin habla; quien viendo la la-
            mentable y penosa situación en que estaba, mandó me ministrasen un poco
            de aguardiente y con el mismo licor me untasen las sienes; vuelto algo en mi,
            llamóme de la distancia donde estaba a su lado; díjome me llevaría a Tungasu-
            ca, donde tenía su fuerte excuseme con lo inhábil que me hallaba para no
            moverme a causa de la pedrada; susto y demás circunstancias; como también
            por haber destituido de mulas y avío para montar, como de sombrero birrete
            y demás ropa para el abrigo, propúsele después de largo rato, me hallaba ha
            dos dias sin tomar alimento y que me diese licencia para pasar a que el cura
            me lo subministrase, hizolo así remitiéndome con tres soldados de custodia,
            lo que igualmente verificó con el ayudante mayor Don Francisco Bernales.
            Después de algún rato entró el tirano al del cura trayéndole doscientos pesos
            para que enterrase a los muertos, asegurándole que no tuviese cuidado del
            incendio de la iglesia, porque dentro de poco se le pondría mejorada en mu-
            cho. Entonces me dijo pasaba a Pomacanche a remitirme mula y silla para que
            me fuese a Tungasuca, pero antes de marchar fue al cementerio y a las calles a
            reconocer los cadáveres, lisonjeándose de la muerte de algunos chapetones y
            oficiales y avisándole a los indios. Sabiendo nosotros con el cura que ya el in-
            dio se había ido para Pomacanche, venimos al cementerio a reconocer los ca-
            dáveres y contarlos, trescientos noventa y cinco, eran Señor Excelentísimo, los
            que habían tendidos en el campo del combate, sin otros tantos, que entonces
            conceptuamos estarían sepultados entre las ruinas y cenizas de la iglesia, cuyo
            arquitrabe y techo se vinieron abajo. Al día siguiente que fue el diez y nueve,
            salí fugitivo en compañía de Bernales, los indios que en calidad de centinelas
            avanzadas tiene el rebelde esparcidos por todas partes, cayeron sobre noso-
            tros, el alboroto fue grande, mis instancias y expresiones significándoles mi
            carácter y que Tupa Amaro nos había dado por libres, sólo lograron el que a
            mi me dejasen, mas no a mi compañero a quien lo volvieron maniatado cuyo
            paradero ignoro. Llegué a pie a Acomayo, en donde me surtí de una mula en
            la cual vine en pelo a dar cuenta a esta Junta.— Habíanseme pasado Señor
            Excelentísimo, por alto varias circunstancias; primera, el bando que publicó



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