Page 531 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
P. 531

Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            lleno de honor y osadía, salió a la puerta de la iglesia por romperlos; recibió
            una bala en el lagarto del brazo derecho, que habiéndole quebrado y roto el
            gozo, le dejó pendiente el brazo; y volviendo para adentro, pidióme le sacase
            de la faltriquera un pañuelo y con él le asegurase el brazo al pescuezo y ha-
            biéndolo así hecho, tomó un chuzo o rejón con la mano izquierda, resolvió
            para la puerta donde se conservó gran rato, peleando y dando varias disposi-
            ciones, como el que se escondiesen los cadáveres de los nuestros, para que la
            gente restante no se intimidase y otras, hasta que las agonías de la muerte le
            condujeron otra vez para la iglesia. Presentóse inmediatamente el comandan-
            te Don Fernando Antonio Cabrera a la puerta, quién habiéndose manejado
            con no menor ardor y espíritu que Don Tiburcio de Landa, recibió una bala
            que le pasó el muslo; pero, sin embargo de ella, se sostuvo en el sitio dando
            varias órdenes. Corriendo igual suerte otros muchos.— En esta consternación
            y estando el Santísimo Sacramento sobre el ara, nos vimos en el irremediable
            y duro conflicto de que encendieron los indios la iglesia por todas partes. Aquí
            acabó de fenecer Don Tiburcio de Landa con una bala que, al correr por la
            sacristía, le entró por una costilla; aquí el comandante Don Fernando Cabrera,
            que saliendo prófugo de las llamas con espada en mano, en compañía de Don
            Ramón de Arechaga y Don Diego del Castillo, de otra que le entró por la pa-
            letilla; aquí Don Ramón de Arechaga de otra, que habiéndole internado por el
            pulmón hasta el corazón cuando tendido en el suelo quedó muerto; aquí expi-
            ró Castillo a pedradas y aquí en una palabra todos los nuestros. El que escapa-
            ba de las llamas del voraz elemento, caía en las manos no menos voraces de los
            rebeldes. La matanza universal, el lastimoso quejido de los moribundos, la
            sanguinolencia de los contrarios, los fragmentos de las llamas; por hablar en
            breve, todo cuanto se presentaba en aquel infeliz dia, conspiraba al horror y a
            la conmiseración; mas ésta jamás había sido conocido por los rebeldes, ciegos
            de furor y sedientos de sangre, no pensaban, sino pasar a cuchillo a todos los
            blancos y en presentar a la vista de los hombres un espectáculo horroroso y
            sangriento, que jamás huirá de mi pensamiento mientras viva; siempre tendré
            presente Señor Excelentísimo este infausto y desdichado día. Algunos de los
            nuestros, que por un temor vil, se escondieron tras el altar o tabernáculo, fue-
            ron tantos, que lo guarnecieron todo él por de dentro; habiendo contagiado el
            incendio a éste y caído, porque las llamas habían consumido su materia, caído
            éste, cayeron junto con él, envueltos en sus cenizas, donde perecieron. Sólo
            escapamos yo, el cura de la doctrina y sus dos tenientes, Don Francisco



                                               530
   526   527   528   529   530   531   532   533   534   535   536