Page 118 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
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Volumen 3
Inicio de la rebelión
también corrió aqui, que venía de Azángaro al auxilio el Cacique Chuqui-
guanca, fue igualmente falsa la noticia. Por más que haya deseado servir al Rey
este fidelísimo indio, no tendría valor superior a los corregidores congregados
en Lampa, que como sabe Vuestra Señoría Ilustrísima, salieron fugitivos con
ignominia de aquel sitio, cuando sus pertrechos de guerra eran incompara-
blemente más de los que tenía esta ciudad al principio; agregándose la poca
fuerza con que internó el rebelde en el primer pueblo del Collao, donde llevó
poco más de dos mil indios. Dios habrá permitido estas alucinaciones, para
que se le atribuya la gloria en el grado que corresponde y para que en el or-
den de las causas segundas tengamos el último y más incontestable motivo
de reconocimiento al influjo decisivo de Vuestra Señoría Ilustrísima.— Las
novedades y disposiciones, se varían por acá tan prontamente, que apenas se
pueden recoger especies seguras y dignas de participarse y si esperásemos las
últimas para fijar la pluma, sería preciso que alcanzasen los pliegos al correo
después de salir y aún entonces habría que añadir.— La acción más considera-
ble a favor de nuestras armas que puedo avisar a Vuestra Señoría Ilustrísima,
es la que se debe al gran Cacique de Chincheros en los altos de Pisac, donde
logró derrotar dos veces la tropa de Diego Tupa Amaro, hermano del rebelde:
mató más de quinientos indios y libró al destacamento de españoles del cerco
en que los tenía el enemigo, aunque tuvimos el dolor de haber quedado en el
campo Don Isidro Gutiérrez, con su hermano, y otros ocho o nueve soldados;
pero esto fue antes de haber llegado la partida de Chincheros con su jefe, a
quien se debe la vida de los españoles que han vuelto.— El destacamento que
defendía el asiento de Paucartambo, pudo salir con felicidad al comando de
Don Lorenzo Lechuga, hasta ponerse sobre los altos de Urcos, que distan siete
leguas de esta ciudad; y lo hubiera pasado muy mal, a no haberse aprovechado
de las luces que dió un clérigo Don Rafael Castilla, prisionero de Diego Tupa
Amaro, quien lo hizo llevar desde la puerta de la iglesia del Pueblo de Caycay,
en que se hallaba de Teniente de Cura hasta el de Catca, con capa de coro y el
sacramento al pecho. En esta forma le hicieron caminar cinco leguas a mula;
pero el buen clérigo alternaba salmos y predicación, reprendiendo a los indios
con fuertes invectivas su infidelidad y sacrílegos atentados: Los eclesiásticos
que se hallaban en el lugar, a que fue conducido, recibieron la sagrada hostia
y los paramentos, quedando el infeliz ayudante a discreción de Diego Tupa
Amaro. Este le figuró cargos, pero el clérigo lo increpó con valor en sus amo-
nestaciones, hasta que pudo huir del campo a participar a Lechuga, las fatales
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