Page 744 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
no serlo yo por ser americano y privarme así de la compasión de algunos. To-
dos me miraban como criminal porque me veían castigado. Si todos suponían
a su rey enviado de Dios para gobernarlos, ¿cómo podrían dudar de mi delito?
Después de este paso en que fuí muy amargado se presentaron unos
verdugos, llamados cabo de vara, a recibirse de sus víctimas; la fiereza de sus
rostros indicaba bien que su ocupación era atormentar a sus semejantes; uno
de ellos, mostrándose más hambriento de sus presas, ordenó que lo siguié-
ramos; el capitán del buque en que habíamos venido le dijo no tenía que ver
conmigo, y me condujo en su compañía a lo del Gobernador Conde de las
Lomas, a quien le expresó que no era de la condición de aquellos presos con
quienes había venido, y que impidiese todo comercio mío con ellos, y diri-
giéndose al ayudante le pidió me acomodase en alguna casa particular.
Un platero que la casualidad ofreció, usó el comedimiento de llevar-
me a la suya, y el trato que me dió en ella me hizo advertir que éste había
sido un modo de agradar a la autoridad que había concebido, más bien que
una docilidad a un sentimiento interior que le hubiese arrancado mi situación
compasible; no tuve un lugar señalado donde dormir ni donde ocuparme de
mi mismo; mis primeras necesidades eran satisfechas al antojo de mis nuevos
amos; si se acordaban de mí comía, y sino me quedaba sin alimento. Un día el
haber escupido en un lugar más bien que en otro del suelo, me valió tal riña de
parte de la ama que pedí al ayudante me permitiera vivir solo; se me concedió
con la condición de presentarme dos días a la semana al jefe de la plaza.
En esta diferente posición encontré nuevos y mayores motivos de con-
siderar la nulidad a que me habían reducido las medidas del gobierno. Yo ig-
noraba el idioma español y las costumbres de esta nación; para satisfacer mis
necesidades yo sólo no me bastaba, me era preciso el comercio de los demás,
y toda precaución contra el engaño, la mala fe y el interés, únicos que me ro-
dearon, siempre cubiertos de amistad, el lazo más seguro para un corazón tan
herido y aislado como el mío, y en el que casi todas las veces algún hombre vil
quería partir de mi bolsa miserable.
Mas nunca sentí tanto la atmósfera que respiraba como cuando todos
mis conatos para tomar una educación de que mis circunstancias y aplicación
me hubieran hecho capaz, excitaban el escarnio y la pifia solamente, hasta
inutilizar esfuerzos que la reflexión y experiencia me habían hecho obrar un
largo tiempo; me convencí últimamente era un sistema nacional y que si yo
conseguía eludirlo el más pequeño indicio del cultivo de mi espíritu me aca-
rrearía la muerte. Desesperado de conseguir este bien, tomé la resolución más
propia a mi situación, cual era la de vivir solo, pues que la sociedad no me
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