Page 741 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            rezo tenía lugar de todo, que les era lo mismo rezador, que virtuoso, que hon-
            rado y que justo.
                    A los diez meses y días de navegación desde nuestra salida de Lima,
            llegamos a Cádiz con la esperanza de encontrar el término de nuestros pa-
            decimientos, y persuadidos que cualquiera que fuese la opinión del Rey so-
            bre nuestro supuesto crimen, lo creería expiado con cuanto habíamos sufrido
            (como si los reyes nacidos y criados en el lujo y los placeres tuviesen jamas
            ideas de las penalidades de los demás que poder comparar y analizar).
                    Además que no habiéndosenos hecho proceso alguno, porque consta-
            se nuestro delito, no tendría éste el grado de certidumbre que dan las pruebas,
            y la humanidad se dejaría oir.
                    El 1° de marzo nos desembarcamos y fuí conducido con una cadena
            de más de una arroba de peso al castillo de San Sebastián; mi aniquilamiento
            era tal, que habiendo salido a las oraciones llegué a las dose de la noche, lle-
            vado por dos granaderos que me sostenían de los brazos para poder caminar;
            se habían hecho calabozos al propósito para nosotros, donde fuimos coloca-
            dos; estas habitaciones, sí podían llamarse así, lugares que reunían todos los
            principios destructivos de la vida, eran de piedra con un agujero pequeño y
            atravesado por una cruz de fierro tan ancha casi como él; el piso también era
            empedrado y húmedo, las puertas dobles; cada uno fué destinado al que le
            correspondía; (los demás compañeros lo fueron al castillo de Santa Catalina).
            El que me tocó por toda comodidad tenía una tarima donde puso mi cama,
            compuesta como tengo dicho, de una piel de oveja y un saquito de andrajos,
            todo sucio y fétido. Estos eran todos los bienes con que debía pasar el resto de
            mis días en medio de crueles enemigos. Se apostó un centinela en la puerta,
            otro en la ventana o agujero, y otro en el techo; absolutamente se cuidó aquella
            noche de mi llegada de tan penosa distancia y agobiado de cansancio, de nada
            para mi alimento!
                    ¡Cuál sería mi situación al verme transportado a tan remotos climas;
            mi circunferencia rodeada de guardias, sin ningún conocimiento en el pueblo,
            alejados de los consolantes compañeros de mis desgracias; solo, hambriento, y
            sintiendo en esta especie de rigor bien exquisito las primicias y el presagio del
            futuro el más espantoso!
                    La consideración de la muerte de mi hermano, familia, y compatriotas,
            el recuerdo de cuanto había visto en mi larga navegación y sufrido yo mismo;
            tantos compañeros muertos al rigor del mal trato que recibían; todo me hacía
            sentir que éstos eran los mismos hombres que habían conquistado la América,
            que toda aspereza con que me habían recibido era su carácter, y que no podía


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