Page 742 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
de parte de ellos aguardar sino todo género de tormentos. ¡Nada hay que en el
mundo pueda ser tan aflictivo y que iguale a cuanto sufrí yo aquella noche! No
podía soportar la idea de tener que pasar mis días en aquella mansión y entre
aquellos tigres.
La conducta ulterior correspondió a mis temores; como la codicia era
el único resorte que movía a mis guardias y a la nación entera, no teniendo
como satisfacerla, nada obtuve en mi favor; si alguna vez mandaba comprar lo
que me era indispensablemente necesario, los guardas se tomaban el cambio
como una recompensa del servicio que me habían hecho, aun cuando la satis-
facción de hacerlo a un desgraciado fuese la paga para otros corazones.
No fuí tratado de la misma manera cuando la guardia era de Suizos u
otros extranjeros, éstos nos permitían tomar sol, mostraban sentimientos de
compasión, y su honradez jamás se manchó en la usurpación de lo que era
nuestro, prevalidos como los españoles de que nuestra debilidad era suscep-
tible de todo. Esta idea que debía convencerlos de nuestra impotencia para
fugar, no los reprimió jamás de los cuidados más minuciosos sobre nuestras
prisiones; las puertas, sus rendijas, el lecho, las paredes y sobre cuanto nos
rodeaba, siempre acompañado todo de insultos.
El aspecto de un hombre que siempre mezclaba su alimento con lágri-
mas amargas por su inmundicia y corrupción, y en que veía más bien un prin-
cipio de destrucción que de conservación jamás los movió, y antes he sabido
se repartían la cantidad que estaba señalada con este objeto.
En tres años y tres meses que permanecí en el castillo de San Sebastián
no recuerdo un solo rasgo humano de los españoles que se sucedieron a cus-
todiarme, y es ciertamente muy digno de atención que tantos y tan distintos
hombres hubiesen sentido de la misma manera contra la miseria, que natu-
ralmente excita a la compasión; este fenómeno por su constancia y pluralidad
debe ser recomendado a los fisiólogos; ellos solos podrán encontrar el princi-
pio tan constante que hay en la sensibilidad española para afectarse tan con-
trariamente al resto de los hombres; parecerá entonces la demostración de mi
opinión que es estar en sus órganos la verdadera causa porque se complacen
tanto en los actos de matanza de hombres y tienen a ello como impelido por
una fuerza instintiva.
Carlos III tomó al fin de este espacio de más de tres años otra determi-
nación sobre el corto resto de los que habíamos resistido a los rigores de sus
súbditos y de él: fuimos repartidos en el interior del reino y en los presidios de
Orán, Alhucema, Melilla, el Peñón y Málaga; de los destinados a este último
punto murieron muchos al rigor de sus conductores.
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