Page 743 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
                    A mí me hicieron sufrir todos los presentimientos de la muerte en el
            espacio que separaba la posición que tenía de la que se había determinado
            tuviese; una mañana fuí sorprendido en mi prisión por la presencia de un ayu-
            dante y una comitiva numerosa de granaderos; me amarraron los brazos con
            toda la torpeza de costumbre, me colocaron al medio de esta escolta que por
            su número, su modo de tratarme y la opresión en que me conducían, concebí
            que había llegado la hora de sufrir el suplicio de mi hermano y familia; puesto
            en la cárcel con todos los facinerosos, se aumentaban mis sospechas.
                    La muerte se me presentó entonces como infalible y la miraba como
            el único término a la gravedad y duración de mis males, que se habían hecho
            mucho mayores en esta nueva casa con el círculo de asesinos que me rodea-
            ban, que me insultaban impunemente y que, a la idea de que tenía yo mucha
            plata, unían la esperanza de adquirir el perdón de sus crímenes con el mérito
            de darme muerte; yo no encontraba contra todos estos ninguna garantía; an-
            tes hallé motivos de confirmarlos en la conducta del alcaide que me quitó mi
            saco de andrajos para que no fuese (decía) presa de los ladrones de adentro,
            y en la humana protección con que me llevó cerca de sí un leguito mejicano
            que se hallaba en aquel lugar, diciéndome que el ser americano yo le había
            inspirado el mayor interés para salvarme la vida de los golpes de asesinos que
            allí había.
                    Después de 4 ó 5 días que pasé lleno de amenazas e inquietudes, me
            embarcaron a la isla de León, donde al rayo del sol, con una hambre y sed
            inaguantable, pasé una calle muy larga para ir a salir a un río; allí me vuelven
            a embarcar y después de muchísimas vueltas salimos a Santi Petri. ¿Cuánto
            sería mi inquietud al no ver el término de estos viajes en que jamás dejaban
            de tratarme con inhumanidad y haciéndome todo el mal posible? Creía que
            así como a mi hermano le variaron los tormentos, le sacaron la lengua, le
            descuartizaron vivo, etc., para mí tenían alguna invención más bárbara, o un
            capricho más cruel.
                    De Santi Petri fuí conducido a Ceuta sobre la sal que llevaba de carga el
            buque; llegué después de cuatro días de navegación, el día 1° de junio de 1788.
            Las noticias anticipadas de mi remisión reunieron toda la gente para conocer-
            me; yo pasé confundido con muchos asesinos y ladrones que vinieron en la
            misma embarcación que yo, mas los rasgos de mi fisonomía eran muy distin-
            tos de los demás europeos y todos fijaban los ojos particularmente sobre mí,
            unos para mirarme como un objeto de curiosidad, otros para señalar en mi
            semblante los signos infalibles de una alma originalmente perversa, otros para
            negarme las consideraciones debidas a todo hombre, reviviendo la especie de


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