Page 738 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                         Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
            mejor sinceridad, y los esposos que son adictos a su compañía pueden juzgar
            con exactitud cuál sería mi situación en aquellos momentos. !Qué crueldad la
            de nuestros opresores!
                    Un sobrinito mío con todas las expresiones del conflicto que pone un
            cólico, no arrancó a nuestros conductores más que la risa o una indiferencia
            la más fría, él murió en medio de los tormentos de ese mal cuya presencia
            fué para nosotros un verdadero suplicio sin socorro humano. Algunos de mis
            compañeros excitado por el aburrimiento y violencia de nuestra situación,
            elevó una representación al Comandante, capaz de mover al ser más insensi-
            ble; le pedía con una sumisión compasible el alivio de nuestras prisiones; la
            contestación fué : «se abstendrá el suplicante de toda representación, so pena
            de ser todos sus compañeros y él atados a los cañones». Este decreto llenó a
            todos de una amargura inexplicable; colmada nuestra desesperación al per-
            cibir que aun en España mismo no terminarían nuestros males, que se nos
            prohibirían representaciones, que la inhumanidad del Comandante y demás
            árbitros nuestros pasaría por un celo laudable, y que si habían en España algu-
            nos corazones capaces de irritarse contra sus procedimientos, los ignorarían.
                    Nuestros tiranos, decíamos, parecen regocijarse de nuestros males, de
            nuestra tristeza y degradación; el poder se halla en sus manos, y la razón mis-
            ma de los europeos deslumbrada de la participación de sus despojos encon-
            trará motivos justificativos de esta horrible conducta. ¡No hay sobre la tierra
            quien esté de nuestra parte! ¿Los crímenes de éstos como los de los conquista-
            dores de nuestro país, quedarán sin castigo? Sobre los patíbulos y las hogueras
            cantaron éstos su triunfo, y echando un velo fúnebre sobre la humanidad lle-
            naron la tierra de su nombre; éstos quieren imitar su crueldad, para participar
            su gloria.
                    ¡En Europa se castigan pequeños crímenes, y a los grandes se les tri-
            buta culto! Con cuanta justicia podríamos decir a cuantos la gobiernan lo que
            respondió un pirata a Alejandro: «Se me llama un ladrón porque no tengo
            sino un navío, y a tí porque tienes una flota se te llama conquistador». La
            Europa tiene leyes contra los robos, y aplausos, gloria e inmortalidad para los
            invasores de América. En el código de sus Reyes hay un artículo que dice: «tú
            no robarás a menos que seas rey, obtengas un privilegio de él, o estés en Amé-
            rica; no asesinarás a menos que hagas perecer millares de hombres, o algún
            americano». Estos que nos conducen observan este artículo para hacerse un
            mérito, que se medirá por el número e intensidad de crímenes que cometan
            con nosotros. No tenemos más que la apelación al cielo; la inmortalidad del
            alma debe sernos ahora el único consuelo.


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