Page 736 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                         Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
            bilidad, o más bien su complacencia y desnaturalización en mortificarnos que
            mi infeliz madre (Ventura Monjarras), tres días había pedido agua con toda
            ansiedad, las lágrimas y los gritos que la naturaleza agonizante sabe exhalar;
            nosotros no podíamos auxiliarle sino acompañando a este imperioso lenguaje
            de la naturaleza nuestros ruegos los más urgentes y compasibles para mover
            a nuestros opresores; mas éstos ¡cosa espantosa! la vieron perecer clamando:
            «agua, agua»; y aunque en los últimos instantes mostraron oirla, fué inútil; ella
            murió de sed y su pérdida obró sobre nosotros con una opresión inexplicable;
            fué víctima de una insensibilidad asombrosa de parte de aquellos a quienes es-
            taba fiada nuestra conservación. Yo no acabo de admirar hasta este momento
            cómo tantos hombres podían participar un grado de insensibilidad tan cruel.
            Será cierto que los españoles son feroces por constitución de sus órganos?
            Todo nuestro viaje hasta Lima fué una ocasión del desenvolvimiento de la
            facultad particular a esta nación.
                    El viaje se concluyó a los 40 días. Esperábamos que a nuestra llegada a
            esta capital, donde suponíamos a las autoridades más dotadas de razón por la
            eminencia misma en que se hallaban, disminuyese cuando menos la acritud
            de nuestro trato: ¡pero, cuánto nos engañamos! Sólo variamos de verdugos y
            tormentos; el calabozo de nuestro alojamiento era la habitación más melan-
            cólica que se podía construir para los hombres; ella tenía por toda comodidad
            una cadena atravesada, a la que fuimos atados, y sometidos al centinela con la
            orden de ser atravesados al mínimo movimiento; esta orden tenía una ampli-
            tud indeterminada e interpretable, como lo era, según el humor e interés del
            centinela. ¡Cuantas veces la codicia de éste llegó a poner en prueba todo nues-
            tro sufrimiento hasta privarnos los movimientos más naturales para obtener
            de nuestra parte por su condescendencia alguna recompensa pecuniaria!
                    El desengaño de nuestra impotencia era el término a que los condu-
            cía una serie de crueldades espantosas, y que sería difuso referirlas, como no
            puedo omitir el hacerlo con las que por su repetición diaria hicieron sobre mí
            una impresión muy durable. Tal es la tortura en que se ponía la moderación de
            cada uno al tener que atestiguar, o sufrir la presencia de nuestros compañeros
            en todas nuestras diarias secreciones; la contracción de las tercianas cuyos
            accesos están acompañados de continuos sacudimientos, me es todavía me-
            morable porque los sufrí con las cadenas, y en las privaciones de nuestra situa-
            ción, excitando sólo la risa de nuestros guardias; muchos de mis compañeros
            murieron cerca de nosotros y entre ellos mi tío Don Bartolomé Túpac Amaru
            de edad de 125 años, y todos contrajimos este mal por ningún ejercicio, por




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