Page 732 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                         Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
            las calles a veces se atrevían a echar sobre mí un mirar compasivo; los que se
            habían hecho soldados, si no me insultaban con altivez, tomaban un aire de
            desdén insoportable; los muchachos a medida que mostraban por su color, o
            por una aptitud menos humilde pertenecer de más cerca a los españoles, eran
            conmigo más insolentes, y me oprimían de más injurias; parecían ser el órga-
            no de sus padres.
                    Sentía por todas partes una conspiración contra mí, y que la com-
            pasión se había desecado en todos los corazones; el carcelero y sus satélites
            me veían con la misma ropa que había sido introducido, y sin cama, y jamás
            mostraron querérmela mejorar; veían mezclar mis lágrimas cada día a un ali-
            mento inmundo y usurpado a los perros, y no obstante se quedaban con dos
            reales diarios que el gobierno tenía destinados para prolongar mi vida; entre
            las innumerables que se sucedían y que ostentaban un poder absoluto sobre
            mí, ninguno tuvo la humanidad de ponerme en comunicación ni unos pocos
            instantes con mi madre y esposa que tenían mi misma suerte en distinto cala-
            bozo cada una, y en incomunicación entre sí; y antes alguno de ellos me dió tal
            golpe en la cabeza que hasta ahora conservo las señales por haber mostrado
            repugnancia a sufrir el suplicio de pasar por las calles cargado de inmundicia,
            de oprobio e injurias; mi resistencia no fué expresada sino por las palabras
            más sumisas que produce un hombre oprimido sin recursos; yo quise hablar a
            su compasión y no oponerme a su fuerza; mas los opresores no conocen este
            sentimiento.
                    Después de un año de estos padecimientos, fuí sentenciado a seis años
            de presidio. Areche quería mi muerte, y Avilés se opuso a uno y otro, y se me
            dió la libertad. Volví a mi casa con ideas bien diferentes; la justicia me parecía
            una quimera, los hombres una fieras, los tiranos unos monstruos; con esta re-
            volución interior resolví concentrarme en mi familia y con algunos desgracia-
            dos como yo si encontraba; era tal mi debilidad y el efecto de las impresiones
            que había sufrido que en seis días apenas pudimos caminar el espacio de 14
            leguas que había del Cuzco a mi casa.
                    En una miseria casi irreparable, con nuestros queridos parientes sacri-
            ficados a la venganza y rabia de sus enemigos, nos fué insoportable el aspecto
            de una morada donde la fidelidad conyugal, el amor filial, la economía, el
            trabajo y el más ardoroso patriotismo se habían nutrido con pureza, y que se
            nos presentaba como un trofeo del triunfo de crueles opresores contra esfuer-
            zos magnánimos y justos. Esto nos afligía al mismo tiempo que no teníamos
            con qué alimentarnos ni cubrir nuestra desnudez, y que todos mostraban un
            desprendimiento y desdén todavía más opresores que todo.


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