Page 731 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
sus cadenas para realizar instituciones que consuelan a la virtud, que aplaude
el filósofo y que hacen la emulación del Sud por imitar su verdadera gloria.
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Solamente estas risueñas imágenes pueden permitirme la continuación de la
cadena de mis padecimientos.
De la muerte desastrosa de mi hermano se pasaron pocos días, cuan-
do fuí sorprendido en las alturas del pueblo de Surimana, por la infidencia
de unas mujeres; mi persona fué encadenada, mi casa profanada, mis bie-
nes saqueados, todo por mis paisanos, amigos y beneficiados. Estos mismos,
habiéndome encontrado 100 pesos me dieron tormento, poniendo mis dos
dedos menores de las manos dentro de la llave del fusil y apretándolos hasta
desengañarse que no tenía dinero oculto que confesar; finalmente conducido
al Cuzco, en medio de bayonetas y de insultos groseros, se me puso en un
calabozo obscuro e inmundo, con absoluta incomunicación, confundido con
criminales de asesinatos y robos, y mirado y tratado peor que ellos; pasé un
año en este lugar siempre hambriento o alimentado de las carnes inmundas
que arrojaban en los mercados.
Si oía la voz humana era para ser herido de las producciones torpes de
los facinerosos que me rodeaban, o para ser insultado de estos mismos con los
títulos de alzado y traidor.
Si el carcelero iba a verme me anticipaba desde la puerta mil impro-
perios, examinaba mis prisiones, si estaban tan aflictivas como era posible,
luego me abandonaba con aspereza, o me mandaba echar las inmundicias de
la cárcel a la calle, recomendándome a los soldados de mi escolta, de suerte
que yo era siempre estimulado por sus bayonetas aun cuando mis cadenas me
impedían, o caminar acelerado, o tomar las actitudes que ellos gustaban.
El día que ajusticiaron a Don Pedro Mendigure, marido de mi prima
hermana Doña Cecilia Túpac Amaru, a ésta y a mí nos sacaron montados en
burros aparejados y azotándonos por las calles; pero lo más notable para mí
era que estos hombres sentían un género de placer en mis embarazos y tor-
mentos y a veces los tomaban por humor, a manera de los conquistadores que
cazaban a los indios con perros por diversión.
El influjo de esta ferocidad había podido trasmitirse como por con-
tagio hasta los mismos indios, naturalmente humanos y dulces, y a medida
que su comercio con los españoles era más contiguo, los que me miraban en
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4. Alusión a los Estados, Unidos [Nota del editor de la primera edición].
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