Page 728 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                         Las memorias de Juan Bautista Túpac Amaru
            impreso por la usurpación y horrores de la conquista. En este estado, ya muy
            violento, mandó Carlos III el año de 80 a un comisionado llamado Areche,
            con el título de Visitador, a establecer los estancos, áduanas, impuestos sobre
            ventas y etc. en todo el Perú. Estas medidas de la rapacidad española, dando
            un campo abierto al desarrollo de su codicia, colmaron la desesperación de
            los indígenas, y mi hermano se puso a la cabeza de 25 mil indios, el día 4 de
            octubre  de 1780,  para dirigir este santo movimiento de insurrección con que
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            la naturaleza empieza por todas partes la regeneración de los hombres, y pre-
            sagia por sus sucesos la felicidad del mundo.
                    Pero no siempre es dado a la justicia el triunfo de su causa, y aunque
            peleaban los indios con valor admirable contra sus opresores, no teniendo el
            arte de matar el mayor número de hombres en el menor tiempo posible; como
            habían heredado de sus padres la justicia, la frugalidad, la dulzura de carácter
            y el amor al trabajo y a sus semejantes, su virtud y sus derechos se encontraron
            sin defensa; tenían, sin duda, toda la resolución de Scévola, y toda la virtud de
            Sócrates, y no obstante, tan desgraciados como ellos, cayeron bajo del poder
            y venganza de sus enemigos, que nada dejaron por sacrificar a sus viles pa-
            siones: mataron familias por centenares sin consideración a edad, ni sexo; el
            terror se apoderó de todos los espíritus, y aprovechando de este sentimiento,
            siempre envilecedor, consiguieron la entrega pérfida de mi hermano por un
            compadre suyo en el pueblo de Langui.
                    Entonces estos tigres aguzaron sus garras y nada omitieron de feroz
            para hacer exquisita su presa; conducido al Cuzco con su esposa Doña Micae-
            la Bastidas, sus hijos Fernando e Hipólito, su cuñado Antonio Bastidas, y otros
            deudos, el Visitador Areche lo mandó comparecer cargado de cadenas, y con
            toda fiereza y orgullo de déspota le pregunta por sus complices, a que contes-
            tando no conocerlos de vista, mandó reunir todos los vecinos decentes y se los
            presentó en línea para que de entre ellos señalase a quiénes conocía cómplices;
            entonces con un noble desprecio le dice: «aquí no hay más cómplices, que tú y
            yo; tú, por opresor, y yo, por libertador, merecemos la muerte».
                    El precio de esta contestación la sentirán las almas que saben odiar
            cuanto es debido a los déspotas; ella es una verdad conocida de los filósofos,
            porque saben bien que en un país despotizado sólo el déspota es criminal;
            que el hombre esclavizado se halla en un estado contra la naturaleza, y que el
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            2. Fue el 4 de noviembre del año 1780 [Nota del editor de la primera edición].





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