Page 579 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
La rebelión de Túpac Amaru II
justificados; sus altares, de ministros idóneos y puros; y sus vecindarios, de
aquel prudente gobierno que hace felices los pueblos; por lo cual han llegado
al extremo de la iniquidad como dije; y abandonados del Señor los ha entre-
gado a los rigores de una guerra intestina y civil, la más cruel y la más san-
grienta. Y con todo ni queremos conocer que es castigo del Cielo por nuestras
grandes culpas, ni las detestamos con arrepentimiento verdadero, implorando
misericordia, como lo hacía aquel ingrato Pueblo; antes andamos buscando
razones políticas a qué atribuir nuestras desgracias, para desentendernos de
encaminar nuestros votos al Dios verdadero, por no confesarnos culpados,
solicitando la expiación de nuestros delitos. ¡Oh, soberbia inexplicable de los
mortales! ¡Oh, estado deplorable del Perú!
Con lo dicho casi era ociosa la investigación de otro origen de la Re-
belión de estas Provincias, más como aún cuando la supongamos (como la
debemos suponer) castigo de nuestros desórdenes, sabemos que Dios con
una providencia superior a nuestra limitada comprensión, dirige las causas
segundas a la perfección de sus justísimos decretos, es conveniente rastrear
los instrumentos o medios de que se ha valido para castigarnos (o los autores
del alzamiento que es lo mismo); porque sin embargo de que ellos hayan coo-
perado con oculto impulso al cumplimiento de la divina voluntad, no por eso
dejan de ser delincuentes, y como tales acreedores a las penas establecidas por
la Legislación Temporal.
Los que defienden que la Sublevación provino de la competencia de
Jurisdicción ocurrida entre este Ilustrísimo Obispo, o su Provisor, y el Corre-
gidor de Tinta Don Antonio de Arriaga, afianzan su opinión en unos funda-
mentos de mucha fuerza. Ellos hacen supuesto con verdad de que la mayor
plaga que pudo enviar el Altísimo al Cuzco, es haber colocado en la silla epis-
copal de esta Santa Iglesia al Ilustrísimo Señor Don Juan Manuel Moscoso
y Peralta, hombre ignorante, rencoroso y codicioso sin ejemplar, poseído de
una elación insufrible, falto enteramente de piedad, lleno de sentimientos in-
fidentes hacia el Soberano; y por decirlo de una vez, hombre abandonado a los
vicios más detestables aun entre los relajados seculares.
Ellos y toda esta Ciudad publican, con razón, que luego que llegó a ella
el Señor Moscoso, perdió este vecindario el sosiego y la envidiable quietud
que disfrutaba; porque so color de un hipócrita celo del desempeño de sus de-
beres, no ha respirado otra cosa que grillos, cadenas y sangre, para saciar sus
pasiones ya en odio de los europeos, a quienes aborrece extremosamente; y ya
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