Page 566 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
La verdad desnuda
política reprobada de los hombres de buen juicio, y aun de la Religión, duró
tan poco como se refiere en las representaciones; pues olvidando todos los co-
medimientos y finezas del Corregidor de Tinta, se declaró el Prelado su capital
enemigo, por sostener y patrocinar a un clérigo perverso y mal nacido como
lo es el Doctor Puente.
No obstante las pruebas reiteradas que tuvo el General Arriaga de esta
intempestiva mudanza del Señor Moscoso, lo miraba con mucha atención, y
por sus respetos se mostró tan condecendiente, como acreditan los autos, al
principio de la competencia. Pero, como llegasen a su noticia los fundamentos
con que los indicaban de cómplice en la maquinación del tumulto intentado
en el Cuzco a principios del año de 1780, le sorprendió de tal modo el aviso
que compelido de su lealtad y abandonando todo respeto, lo delató al Superior
Gobierno, como fiel vasallo del Rey, con la animosidad y desembarazo que
acredita su informe; y esta celosa resolución le acarreó seguramente su muer-
te, según se prueba en la segunda consulta. Mas antes de entrar a discurrir
sobre tan doloroso homicidio, acabemos de manifestar la conducta del Corre-
gidor de Tinta con los curas de su Provincia y con todos los eclesiásticos que lo
trataron; para desvanecer la diabólica cavilación que le sindican sus enemigos
de perseguidor de la Iglesia y sus ministros.
El Doctor Don Antonio Martínez, cura de Sicuani, no podrá negar
que habiendo representado al General Arriaga su necesidad de dinero para el
beneficio de una mina, le franqueó con su acostumbrada generosidad seis o
siete mil pesos que aún está debiendo a la testamentaría.
También confesará su hermano el Doctor Don Justo Martínez, que
le ministró puntualmente cuantos suplementos le pidió; que ofreció al Señor
Obispo con la mayor bizarría cualquiera alcance que resultase contra él, de las
cuentas de su feligresía de Yauri; y que por ser el Coronel Arriaga buen amigo
suyo y de Su Ilustrísima que le acarreó tanta pesadumbre y su muerte; lo cual
aunque él no lo confiese es público en estas provincias.
A Don José Ramón de Vergara, Cura del pueblo de Tinta, también
le prestó más de mil pesos; y tanto él cuanto sus ayudantes disfrutaban su
abundante mesa siempre que querían. Protegió además el General Arriaga al
primero con tal empeño cerca del Señor Obispo, cuando transitó por aque-
lla Doctrina, que solamente su protección pudo librarle de la separación del
curato que justamente merecía por su ignorancia, por su libertinaje y por sus
escándalos; mas no obstante sabemos que Vergara ha sido uno de los testigos
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