Page 463 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            niones de dicho Prelado; muy poco conformes a mi parecer, a los referidos
            debidos fueros y respetos y bien contrarios a la decencia y decoro de aquel su
            Capítulo Canonical y demás presbíteros súbditos suyos; pues en cuanto a su
            Cabildo experimenté, que siempre que quería ir a su Catedral a celebrar de
            pontifical, (en lo que se advierte sobre celoso), o a asistir a la misa capitular,
            obligaba a los prebendados, aun contra todo el torrente de lo practicado por
            otros prelados de las iglesias, por donde he pasado, y de repetidas cédulas rea-
            les, que en contrario ha mandado expedir Su Majestad, para aquellas partes,
            las que, yo mismo le insinué en una Junta Capitular a que estaba presente; a
            que después de haberse tocado al coro y a misa, le esperasen por lo regular
            más de media hora a la puerta de la iglesia, o en su casa, apurando a todos
            la paciencia, como así mismo se lo hice presente, en el mismo Cabildo a que
            asistió, y en el que añadió a otras excepciones, muy poco decorosas a aquel su
            venerable cuerpo, la de que, aunque tan opuesta a la razón de reales determi-
            naciones: «había el Cabildo de esperarle lo que el mismo prelado quisiese».
                    A esto se agrega la novedad que hallé, del esfuerzo que había hecho
            para despojar a sus canónigos, como en realidad los despojó, del uso o cos-
            tumbre que tenían bien establecida de usar la palmatoria con su cera encen-
            dida en las misas conventuales, alejando ser derecho privativo del Prelado, sin
            advertir, ni hacerse cargo de lo más y menos que hay en semejantes materias;
            pues hay palmatorias grandes y pequeñas, ricas y pobres; y que más decente
            fuera al culto divino y al mismo celebrante, que siendo corto de vista como
            yo, o en un día nubloso, fuese alumbrado por el sacristán o maestro de cere-
            monias con la luz en la palmatoria, que con la vela en las manos, quemándose
            o llenándose de cera o sebo los dedos; o leyendo en el misal sin luz delante, y
            pronunciando mil solecismos y bárbaras locuciones. A lo expuesto, pienso se
            dirige el celo de dicho Prelado; y a captarse un respeto bien anticanónico, en
            hacer estar de pie en su presencia a muchos sacerdotes, aunque con carácter
            de curas y aun prebendados, cuando le van a hablar o visitar, siendo constante
            por el decreto canónico, que el obispo no debe permitir al presbítero estar de
            pie, ante él, sentado. Y que también les debe el tratamiento de hermanos, lo
            cual confirman los ejemplares que nos ministra la historia de los concilios de
            la Iglesia, en sus cuyas sagradas juntas tenían los presbíteros sus asientos junto
            a los padres, y sólo los diáconos permanecían levantados en círculo.
                    Y lo que en este asunto practicaba el Obispo de La Paz, parece trascen-
            día a otras partes, contaminando su vano personal celo, aun a prelados infe-



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