Page 462 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                                      Informe sobre las causas de la sublevación de 1781
            se rigiese y gobernase la iglesia de La Paz, por una copia de la de aquella Me-
            tropolitana, que es la que yo encontré, aunque bien poco seguida y observada!
                    Estuve, señor Ilustrísimo, por no querer tomar posesión de mi Preben-
            da hasta dar cuenta e informar a Su Majestad, en su Real y Supremo Consejo de
            Indias; y ojalá lo hubiese ejecutado como lo pensé, pues sólo con un ejemplar
            semejante pudiera remediarse aquella canónica irregularidad, la que, si en La
            Paz, donde por fin hay doce Prebendados y algunos Ministros, es tanta, ¿qué
            sucederá en las otras Catedrales de aquellos vastos dominios, donde no habrá
            ni la mitad en cada una? Animóme empero a posesionarme la consideración
            de que si el Prelado me sostenía con su autoridad, podría yo arreglar mucho
            presidiendo el Coro; pero, breve experimenté, me había engañado mucho en
            mi modo de pensar; porque luego que comencé a asistir al Coro, cuando no
            pudiendo tolerar tan irregular e indecorosa aceleración en las horas canóni-
            cas, pues a veces no tardaban ni una hora en rezar por la tarde vísperas del día
            con los maitines y laudes del siguiente, me ví precisado a levantar la voz, obli-
            gando así a seguirme a los de mi coro, de los que eran algunos amigos, aunque
            no de aquella intentada pausa, y consiguiendo de este modo tardásemos en
            dicho oficio por la tarde a lo menos hora y cuarto.
                    Pero viendo se quejaban algunos y murmuraban de esta menor acele-
            ración, lo comuniqué al Prelado, para que con su auxilio y respeto apoyase la
            iniciada moderación, y remediase los otros excesos mencionados. Mas, aun-
            que aparentaba mucho parecerle bien mis intenciones, presumí con funda-
            mento, que porque no ordenaba él, sino el Deán, la práctica de ellas (como
            si esto no fuera cargo y carga del Presidente de Coro, o como si no hubiese
            tenido Su Ilustrísima tiempo para remediar, por sí todos los desórdenes re-
            feridos en diez y seis años que llevaba de Obispo de aquella Iglesia), estuvo
            muy lejos de usar de sus facultades prelativas, para sostener dicha modera-
            ción y remediar con eficacia la decadencia del culto divino y de disciplina
            eclesiástica en aquella Catedral. Por lo dicho colegí, que el decantado celo de
            aquel Prelado no era pastoral sino puramente personal, pues no tenía ni se
            terminaba al verdadero objeto que debía; y sí sólo a que se le prestasen los
            respetos, a veces figurados, a su dignidad y persona, y a que nada se disi-
            mulase ni rebajase de sus fueros y derechos, aunque algunos no fuesen in-
            contextables y digo esto, porque los incontextables y debidos, siempre se los
            conservamos ilesos, aun cediendo muchas veces aquel Cabildo de los suyos
            y defiriendo también demasiado aquellos prebendados, a dictámenes y opi-



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