Page 455 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            perfección, no pude introducir ni fomentar en las del Tucumán y La Paz, por
            más que puse todo conato, y apuré mis fuerzas), y con la ninguna ciencia ni
            experiencia de la secuela, ceremonias y costumbres de los coros eclesiásticos?
            ¿Y cómo ha de ser a propósito para todas estas funciones, ni aun capaz de
            instruirse en ellas un Cura, ya de edad madura, acostumbrado por muchos
            años a rezar sólo en el campo, a decir su misa rara vez cantada (y quiera Dios
            bien rezada), y a no servir de diácono, ni haber cantado una Epístola, ni un
            Evangelio en iglesia alguna?
                    Por eso ví algunas veces con dolor, que algunos traspasaban casi todas
            las ceremonias corales y de altar, que rezaban la Epístola en lugar de cantarla, o
            que recitaban el Evangelio con una voz tan desentonada, lúgubre o áspera, que
            era gran pena oírlos, por la desedificación e indevoción que causaban a unos,
            y la irrisión a otros, con la compasión en todos, de ver ir a algunos diáconos
            ya canos y venerables, del altar al coro, y de éste al altar, abrumados más con
            el peso de sus años, que con el Turíbulo o libro de los Evangelios, que llevaban
            en sus manos; sucediendo el mismo desorden cuando rezan o cantan alguna
            lección en los maitines; pues, o parecen que tocan a silencio, o a espantar las
            aves nocturnas de la bóvedas de la iglesia.
                    No, señor Ilustrísimo, en todos estos deberes eclesiásticos y en los
            demás que iré apuntando, están muy deterioradas, o deshonoradas, aquellas
            iglesias catedrales, como habrá sin duda informado a Su Majestad, en su Real
            Consejo y Cámara de Indias, el sabio celosísimo prelado actual, de la Metro-
            politana de La Plata. Provéanse en buena hora, las prebendas superiores, en
            curas cuya arreglada conducta pastoral, los haya hecho dignos de este nombre
            tan venerable en todos los siglos de la Iglesia; y las inferiores, estarán más bien
            servidas, por los mismos subalternos o ministros de aquellas catedrales en que
            hayan servido los oficios de mozos de coro, acólitos, salmeantes o cantores, y
            capellanes. Estos tales, como criados e instruídos prácticamente en aquellos
            ministerios inferiores, cumplirán mejor, y podrán obtener con más decencia,
            decoro y honor de la misma Iglesia, las medias prebendas y las raciones ente-
            ras; siendo así que correspondiendo en ellos una regularidad eclesiástica en su
            vida y costumbres, no se pueden juzgar indignos, sino muy acreedores a las
            mercedes en dichas prebendas. Pues toda la historia más antigua de la Iglesia,
            nos suministra no pocos ejemplares, de haber ascendido, por todos los grados
            referidos, muchos ministros inferiores, hasta el último de Obispos y superio-
            res prelados; y no ha muchos años, que creo obtenía la Dignidad Primera del



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