Page 450 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
Informe sobre las causas de la sublevación de 1781
tan tremenda dignidad, sin que haya sido necesario el queratur cogendus de
los cánones, nunca van a ver a sus esposas; sino que alegando representando,
y molestando la piedad de Su Majestad, en su Real Consejo y Cámara de In-
dias, con que su edad y achaques, y la distancia de las provincias, aunque estén
conterráneas, con la diversidad de climas y contrariedad de temperamentos,
los imposibilitan caminar a sus destinos, logran de la Real Clemencia, aunque
a pesar de ésta, el que los disimule o tolere tan notable canónica transgresión.
Siendo aún más sensible el que, con los mismos pretextos, soliciten acaso el
que nuestro Soberano, les haga merced de trasladarlos y mandarlos sentar en
otra silla episcopal más cómoda, sin haber siquiera tomado posesión de la pri-
mera; y sin hacerse cargo que aun la primera excusa había y debía interponer-
se antes de admitir, y menos solicitar tan formidable aunque honroso empleo;
y sin considerar que al mismo tiempo que impetran o exigen el consentimien-
to de Su Majestad, no sólo agravian su real católica piedad, y el celo tan esme-
rado como veneramos en su soberanía, por la observancia de la disciplina y
cánones de la Iglesia; sino que también irritan con tales excusas y solicitudes
la justísima ira de Dios, pues se niegan a los primeros indispensables deberes,
de su alto ministerio, dejando a sus esposas viudas, en vida de sus maridos.
En confirmación de algunas de las asertivas proposiciones y fundadas
presunciones contenidas en el párrafo que antecede, pondré dos ejemplares
que entre otros, me admiraron más en el tiempo que estuve en las iglesias del
Perú.
Provisto por la piedad de Su Majestad, para el Arcedianato del Tucu-
mán, el año de 1764, y presentando en la ciudad de Córdova, acompañé algu-
nos días, a mi Ilustrísimo Maestro don Manuel Abad Illana, en la visita que,
con la debida prolijidad, celo y trabajo, empezaba a hacer en aquel su vasto
obispado; y la que, aun no contando más que 51 años de edad, y tardando dos,
bien cumplidos en ella, no pudo concluir del todo, aunque se esforzó acaso
como ninguno de sus antecesores; llegó en prosecusión de este su ministerio
pastoral, a un profundo valle algo distante de la ciudad de la Rioja, donde
estaba situado un pueblecito de indios, y poniéndose a administrarles el sa-
cramento de la Confirmación, se presentó, entre otros, una india muy vieja;
preguntóla el Obispo ¿por qué estaba todavía sin confirmar, siendo tan ancia-
na? la india sin perturbarse, con grande serenidad, y en un tono tan natural
como sencillo, respondió: «porque ni tú ni otros como tú, habéis querido bajar
aquí».
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