Page 310 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen  1
                                            Relación de la fundación de la Real Audiencia del Cuzco en 1788
                    Pero admiremos la destreza de estos habiles Lidiadores, de estos hom-
            bres atrevidos, de esta plebe animosa. Casi no se vió daño en estos dias. Los
            Toros eran burlados en su horribilidad, y despojados de su riqueza, sin que se
            viese que alguno conprase con la vida la presa que parecia que hazia con tanto
            riesgo de ella. Se recogia el botin sin el merito de las heredias, y aun quisá sin
            el susto. Que mucho? Habia Aventureros, que aun por inferior ganancia expo-
            nian su piel. Toda la Plaza se cubria de figurones, y maquinas que ocultaban
            dentro de sus vientres infinidad de aves y animales de esos que hazen el regalo
            de las Mesas, de dulces, de pastas, de otros mil comestibles. Al punto que un
            Toro desalojaba de su puesto a una de estas preñadas maquinas, se le veia dar
            a luz de su amplisimo y fecundo seno toda esa profusion que empeña a la gula.
            Entonces se abandonaban todos al pillaje. Todos digo, porque eran muchos
            los que ni las precauciones y ordenes de la Tropa veterana que antes de em-
            pezar la corrida, purgaba la Plaza de gente sin designio, ni otras disposiciones
            de los Superiores podian despedir de alli. Este menudo interes los hacia mofar
            quanto se mandaba.
                    Pero atendamos a los principales acaecimientos de la Plaza. Puesto un
            Toro en el medio del Circo, esparcia miradas de espanto por todos lados; y
            desde que se advertia que estaba ya en los transportes de su colera, se destaca-
            ba á combatirlo uno de los mas impavidos, ufano de ser el primero que abria el
            campo; y con la mayor gentileza y aire que podia se le acercaba á distancia de
            pocos pasos: lo voceaba, le ofrecia a los ojos la capa, ó un pañuelo rojo, color
            que es el que mas irrita la ira de estas bestias. Acometia esta al provocante, y
            este le robaba garbosamente el cuerpo, dexandole por prueba de su destreza,
            aumentadas las puntas del semicirculo de sus cuernos, con una galana vande-
            rilla que en la cerviz le clavaba. Venia el segundo y redimia el deshonor de no
            haber sido el primero en exceder la ligereza del que lo fue; fixaba otra vande-
            rilla casi en un momento. Ya mas puntoso el tercero, se esforzaba a hazer mas
            que los dos que lo precedieron; ordenaba de diverso modo su debate; el Toro
            variaba tambien a proporcion su ataque; el suceso era igual; y le quedaba ya
            tercera vanderilla. Solian fixarsele asi quatro ó cinco, de modo que ya en apa-
            riencias de Ciervo, quanto mas abundaba en puntas, tanto menos le restaba
            de sangre, y de fuerzas, y perdia los primeros brios. Ya era preciso combatirlo
            mas a pecho descubierto, hasta matarlo. Salia uno de los mas exercitados, y lo
            llamaba; renovaba esfuerzos el bruto, a vista de una muerte vecina que queria
            evitar. Lidiaban asi un rato el bruto y su combatiente; con su despecho el



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