Page 250 - La Rebelión de Tupac Amaru Vol 1
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Volumen 1
Relación de la fundación de la Real Audiencia del Cuzco en 1788
Pero que fidelidad la del Cuzco! Las Provincias se inquietan, el fre-
no de la sobordinacion se rompe, los subditos se rebelan; y el Cuzco siempre
firme en su fidelidad, dá lecciones de ella como las habia dado en el tiempo
de la tranquilidad. Viene el Insurgente, tala sus campos vecinos, quema sus
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cultura, a su grey y a obras benéficas en beneficio de la colectividad, es lógico recibiese encargo oficial de escribir una Relación recor-
datoria de las fiestas que conmemorando la erección de la novisima Real Audiencia, extraordinario suceso administrativo explicable
por las sugerencias, súplicas, protestas y levantamientos precedentes.
Redacta la obra por mandato expreso del Regente de la Audiencia, en una ciudad poco antes sacudida por la violenta rebelión social
de Túpac Amaru, cuya mención pública —oral o escrita— obligaba al concomitante epíteto condenatorio so pena de ser tachado de
infidelidad. Ineludible tópico de la obra, era mencionar la distinción y título de Fidelísima y Leal Ciudad que recibió el Cusco con
ocasión del levantamiento de 1780 y la positiva resistencia que le opuso. Castro tuvo que abordar el tema en el capítulo titulado:
Estado presente de la Ciudad del Cuzco.
Además, como es lógicamente presumible, recibiría especial encargo «por vía reservada» de mencionar y condernar explicitamente el
levantamiento de Túpac Amaru, orden imperativa que no admitía excusa alguna. Sabido es cómo en casos le disguto oficial, criollos
poderosos como José Baquíjano y Carrillo fueron obligados a retractarse y solicitar humildemente el perdón real.
El propio Diego Cristóbal Túpac Amaru —continuador vigoroso de la rebelión de José Gabriel— al acogerse a la falsa amnistía
decretada, firmó una declaración de retracto.
Criollo por raza, expósito por nacimiento, resentido contra las autoridades peninsulares ante los injustos obstáculos opuestos a su
justo ascenso eclesiástico, vivió el presbítero bajo constante sospechas del enconado grupo peninsular. El visitador Areche y el oidor
Benito de la Matalinares le tuvieron notorio desafecto. Perteneciente al grupo que colaboró estrechamente con el obispo criollo Juan
Manuel de Moscoso y Peralta —remitido a España bajo acusación de complicidad en el levantamiento de 1780—, túvose a Castro
como su principal consejero, autor de diversos escritos que hacian campaña firmada o anónima a favor del prelado. Matalinares
—cruel juez de Túpac Amaru— acusó a Castro de no ser afecto a las autoridades peninsulares. Se llegó a decir que tuvo aviso del le-
vantamiento de Tinta cuando todavía se ignoraba en el Cusco, no habiendo cumplido con avisar de inmediato al Corregidor. Además,
como asiduo lector de los Comentarios Reales, el eclesiástico Castro demostró siempre una especial simpatía hacia la historia inkaica
y, como Párroco, fue constante defensor de los Indios, cuyo idioma hablaba con perfección. Su indigenismo está ratificado por el
propio José Gabriel Túpac Amaru, cuando en carta escrita al visitador Areche el 5-III-1781, señala a Castro como firmante de una
petición elevada por un grupo de eclesiásticos que solicitaban un mejor tratamiento de los naturales.
Puesto en la encrucijada de cumplir el obligado encargo, al ocuparse del Cusco en que vivía, hará una reseña casi abstracta de la epó-
nima rebelión. Tras de hablar de la conquista y de la fundación española del Cusco (fin de su auge como capital, las particularidades
de su clima, pocas enfermedades existentes, excesiva indulgencia en criar a los niños acomodados y sus pésimas consecuencias fami-
liares, uso de la lengua quechua y su aplicación en el adoctrinamiento y educación, defensa del Indio y sagaz sugerencia de emplearlos
en puestos elevados y secundarios, descripción de los principales monumentos instituciones y organización de las autoridades civiles
y esclesiasticas de la población, descripción de la fiesta del Corpus —día que «es todo grandeza»—), producción, comercio, araes y
una critica a la chocante mendicidad impropia de una ciudad opulenta, dirá con perceptible designación: Lleguemos ya a la turbulen-
cia de estos últimos años. Empieza señalando cómo los conatos y tumultos constantes animaron a Túpac Amaru, cuyo nombre alude
pero no menciona. Sorpresivo vencedor inicial, aspira a ocupar el Cusco. Aquí destaca la tenaz defensa de la población, donde los
indios leales se enfrentaron a los indios rebeldes y lucharon unidas todas las castas. Respuesta tan enérgica, determinó su retirada. Las
tropas enviadas desde Lima, permiten vencerlo, capturarlo y ajusticiarlo. Como premio, Carlos III otorgó al Cusco títulos de fidelidad
y lealtad, volviendo a condecorarla ahora con la creación de la novísima Audiencia.
Si comparamos la versión de Castro con la casi totalidad de los escritos que contemporáneamente tuvieron que mencionar a la
rebelión de Túpac Amaru o con la calificación de hechos análogos pero muchisimo menos importantes, concluíremos reconociendo
la parquedad y circunstancial equilibrio de la exposición del presbítero, exenta casi de epítetos. Hay que recalcar, sin embargo, que
los pocos calificativos podrian parecer especialmente denigrantes a un lector contemporáneo aunque se usaban corrientemente para
calificaciones negativas en aquella época. Con dichos antecedentes, el discutido párrafo de la Relación referente al levantamiento
de 1780 aparece como una mera declaración circunstancial, obligada a inexcusable en una sociedad colonial de casta, es decir de
súbditos —no de ciudadanos—, alarmada y suspicaz con los criollos, mestizos e indios y particularmente desconfiada de la persona
del presbítero Castro. (Para una información más detallada acerca del eminente tacneño, véase del suscrito el libro Ignacio de Castro,
humanista Tacneño y gran cusqueñista, Lima. Tip. Peruana, 1953, 152 pp.). [nota del editor de la primera edición]
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