Page 38 - Padres de la Patria
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recompensas  que  le  brindaba  la  gratitud  de  Chile,  desdeñando  los  grados,
                  riquezas  y  la  misma  suprema  dirección,  contento  con  la  satisfacción  de
                  merecerla y con el amor de los pueblos, único patrimonio que no renuncian las
                  almas grandes. Guayaquil se proclama independiente y Trujillo animado por su
                  digno  jefe,  recuerda  que  en  su  suelo  defendió  su  libertad  el  gran  Chimú,
                  combatiendo con el mismo Inca Yupanqui hasta desbaratarlo y poner en peligro
                  su potencia, y prueba que los siglos corridos desde esa acción hasta el día, no
                  han  extinguido  su  odio  a  la  dominación  extranjera.  Y  tú,  Lambayeque,  amada
                  cuna  mía,  tuviste  la  gloria  de  levantar  en  esa  comarca  la  primera  voz  por  la
                  libertad  y  de  acreditar  eras  digna  de  la  elevación  a  que  aspirabas.  Recibe  el
                  homenaje de un hijo, que se goza en tus virtudes y espera los que te consagre la
                  patria en todos tiempos.

                  V. E. no puede escribir lo que Julio César: llegué,  vi y  vencí; sino: llegué y la
                  noticia de mi llegada hizo  volar a los pueblos a abrigarse a la sombra de mis
                  banderas, nuncias de su libertad. Pezuela es derribado de su trono por los jefes
                  de su ejército, varios de ellos sus hechuras, que le imputaban las desgracias de
                  las armas españolas cuando con más filosofía debieran haber hallado la causa
                  en las consecuencias necesarias de la constante opinión de los pueblos por su
                  emancipación  de  la  Península.  La  Serna  aparece  de  virrey,  momentánea  y
                  militarmente erigido por los jefes de la tropa, que no atinan en sus provindencias,
                  caminando más velozmente al principio cuanto más se empeñan en sostenerse.
                  V.  E.,  tranquilo  observa  que  ya  han  perdido  el  rumbo  los  pilotos,  que  en  la
                  borrasca política trabajan por conducir a puerto seguro la nave de la España; y
                  reparando los destrozos que hace la epidemia en más de la mitad de sus tropas,
                  con los patriotas que de todos puntos vuelan a reunírsele, permanece esperando
                  el momento de triunfar sin combate, economizando la sangre de los que viene
                  no a destruir sino a proteger; y aproximado al Ancón, la desordenada potestad
                  de la Hesperia con sus falanges, precipitada y atónita huye de la ciudad, a la
                  manera que las aves de la noche dirigen aterradas el vuelo a sus guaridas, al
                  percibir los cándidos crepúsculos de la aurora; y los ejércitos de la patria entran
                  a Lima precedidos de las aclamaciones y del júbilo, expresando la ciudad en mil
                  formas sus placer, tanto tiempo reprimido, recibiendo a V. E. con más ansia que
                  la capital del orbe al hijo de la patria, que del lugar de su destierro vino a romper
                  las  cadenas  de  que  la  habían  cargado  los  gaulos  y  a  restituirle  su  antigua
                  dignidad. Y V. E. es saludado por el libertador más humano, aspirando todos al
                  placer de conocerle, corriendo en tropel los grandes y pequeños, las mujeres y
                  niños,  oprimiéndose  por  verlo,  tocarle  y  abrazarle,  dándose  los  plácemes  de
                  haber logrado tal satisfacción. El iris después de la libertad más destructora, no
                  fue tan agradable. V. E. a todos se presta, a todos escucha, a todos contesta, a
                  todos  abraza  y  los  ojos  no  tienen  otro  objeto  que  V.  E.  Pero  el  hombre  de
                  campaña es también el hombre de Estado y con la vista fija en el ejército, dando
                  las  providencias  más  enérgicas  para  frustrar  los  planes  del  enemigo  fugitivo
                  parece  atender  únicamente  a  cimentar  nuestra  independencia,  jurándola  en
                  nuestra  plazas  y  calles,  siendo  al  mismo  tiempo  el  jefe  y  el  heraldo  que  la
                  anuncia, enarbolando por su propia mano el estandarte de la patria, en medio de
                  la pompa más solemne y exclamando con una voz que penetró lo más íntimo de
                  nuestras almas: El Perú desde este momento es independiente de la España y
                  de toda potencia, por su voluntad y por la misma justicia. ¡Oh día eterno! Cuando
                  Quinto Flaminio en los juegos ístmicos promulgó la libertad de la Grecia, de que



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