Page 140 - Padres de la Patria
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culpablemente o se niegan con cavilosas excepciones a la satisfacción de sus
créditos. Pero pasemos al segundo medio.
La defensa exterior de la República y su seguridad interior exigen una Fuerza
Armada permanente, para hacer respetable su independencia a los extraños y a
los ciudadanos sus leyes; porque es demostrado, que para obtener estos
preciosos objetos, la razón y la bondad intrínseca de las instituciones son de
ordinario insuficientes. Pero esta fuerza deberá distribuirse con tal orden que
jamás podrá auxiliar al genio de la tiranía, cuya fatalidad regularmente depende
de la indiscreción con que se aumenta y de confundir la quietud interior con las
invasiones extrañas; haciendo de uno y otro el criminal pretexto de armar los
ciudadanos en defensa de sus derechos, cuando sólo ha sido para privarlos de
su libertad.
La milicia peruana es, pues, de tres clases: el ejército de línea, la milicia cívica y
la guardia de policía. La primera protege la libertad exterior o la independencia,
debiendo emplearse únicamente donde ésta puede ser amenazada. Tal es el fin
de las tropas veteranas, cuyo servicio se ha hecho ya como el fundamento
exclusivo de la entidad de un Estado respecto de otro, a pesar de que el espíritu
de conquista ha perdido en el presente siglo, en que las luces no califican de
héroes sino a los insignes capitanes que saben unir la moderación al valor, y
apoyar la libertad en el poder de su espada.
La segunda se destina a la conservación del orden interior, debiéndose
multiplicar los cuerpos de ella en las provincias, según su población y
circunstancias; porque puedan lograr todas en esta fuerza un auxilio bastante
poderoso al mismo tiempo que pacífico. ¡Ojalá que el Perú llegara a ver en este
respecto una milicia cual la tuvieron en sus primitivos tiempos de sobriedad
republicana Roma y Esparta! Todo es fácil conseguirse, si al organizar estos
cuerpos se pone un especial cuidado en no hacer odioso el enrolamiento militar
con ocupaciones incompatibles con los ejercicios domésticos; si cesan las
violencias y arbitrariedades de los jefes a quienes suele confiarse estas
comisiones; y si llega a persuadirse el pueblo, que jamás están más aseguradas
sus garantías que cuando los mismos ciudadanos las sostienen, saltando del
taller a las armas tan luego como se advierte algún peligro.
La tercera clase de milicia importa nada menos que la preservación de la
seguridad privada, en que también se comprenden la propiedad y los demás
derechos individuales. Las pocas poblaciones del Perú y la inmensa distancia
que ordinariamente las dividen demandan el establecimiento de una guardia de
policía en todos los departamentos que puedan soportarla; pero ha de ser con
tales precauciones que nunca se convierta en partidas de vagos, lo que sucede
de ordinario, cuando esta guardia no está sujeta a una severa disciplina y
cuando las ciudades sirvan de continuo entretenimiento a sus vicios, con que
rara vez salen al campo a perseguir a los malhechores y no pocos se ocupan
ellos mismos, como la experiencia lo ha enseñado, en extorsionar a los
caminantes.
Por fin, el principal objeto de la Fuerza Armada con respecto a la libertad, será
no ocupar indistintamente las tres clases en que se ha dividido, fijándose por
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