Page 141 - Padres de la Patria
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regla general que, cuando llegare el caso de alguna revolución o invasión habrá
de recurrirse al Congreso o al Senado, a quienes toca a su vez, según las
circunstancias, deliberar lo conveniente. Al Congreso corresponde prescribir la
buena disciplina, la economía y el arreglo del ejército, por medio de ordenanzas
particulares y, sobre todo, la esmerada educación que debe darse en los
colegios y escuelas militares, como que esta es un profesión que no puede
ponerse en grado eminente, si al paso de formarse el espíritu en las ciencias
análogas a su instituto, no se procura también radicar oportunamente en el
corazón las virtudes que aún en los tiempos más bárbaros han caracterizado a
los hombres de armas tomar. Un militar es sólo un ciudadano armado en
defensa de su patria y por cada ciudadano como un instrumento de la tiranía, si,
prostituido su valor y abusando de las circunstancias que lo han investido de la
fuerza, hace alarde de hollar la Constitución, levantando sobre ella el poder de
un hombre afortunado que supo ganarle a su partido. ¡Desgraciada República
donde la clase militar no distingue bien claramente en qué consiste la verdadera
gloria y donde ella no es refrenada por el esplendor de la buena fama, la que
exclusivamente depende del ejercicio de la virtud, y de la obediencia ciega a la
santidad de la instituciones liberales! Por lo que al Perú toca, sus soldados
emularían la conducta de los conquistadores, si, cuando están armados para
destruir la obra de Pizarro, se tornasen en defensores del despotismo, en la
época precisa, en que una torrente de luz ha cambiado entre las naciones más
guerreras la marcha que en otras edades seguía el instinto marcial.
El tercer medio de mantener el Gobierno prefijado es la ilustración. Sin ella, ni
los ciudadanos podrían conocer sus derechos, ni mucho menos defenderlos,
careciendo, por otra parte, de todas las ventajas que proporcionan las ciencias,
las buenas letras y las artes, que si bien son hijas de la libertad, no pueden
florecer sino en los Estados donde se les fija por establecimientos particulares,
tanto para el desarrollo de las facultades intelectuales cuanto para su futura
permanencia. Una sociedad sin luces es lo mismo que el mundo físico sin la
presencia del astro que preside el día; siendo cosa averiguada que, cuanto lento
ha sido el progreso, tanto han tardado los hombres en convencerse de la justicia
e inviolabilidad de sus derechos. Y por eso es que revelada al fin la ciencia de
éstos, por medio de un comercio científico, a las naciones que más se han
distinguido en la obediencia pasiva, el sistema constitucional ha medrado tanto,
que ya es imposible retrograden los pueblos a las formas absolutas. No hay
duda: la civilización, hija de la ilustración, y ésta, fruto precioso de la enseñanza
aplicada a la masa del pueblo, ha restablecido el poder de la prerrogativas
sociales y colocado a la razón sobre la fuerza, disipando preocupaciones que
multitud de centurias habían consagrado como verdades ciertas. Habría
adelantado poco la República y muy efímeros serían por cierto los ensayos de
su libertad, si su Carta no consignase algunos artículos capaces de formar el
espíritu nacional bajo todos los respectos, con que los conocimientos útiles
suelen dar impulso a la razón humana.
A cinco pueden reducirse los medios de afianzar la instrucción pública: primero,
fijando establecimientos de enseñanza primaria, de ciencia, literatura y artes,
como que sin un método reglado, y sin una asiduidad no es posible se adquieran
sanos principios, ni menos se logre difundirlos en todo el Estado, hasta el caso
de conseguir un pueblo regularmente iniciado en el conocimiento de los
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