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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             Vida y obra de Toribio Rodríguez de Mendoza
            que aman perturbar y acreditarse de doctos y católicos. Vuelvo á protestar, y
            suplico á los sinceros y de buena intención, como también á los doctos, me
            hagan el honor y la justicia de creerme que solo me movió a escribir la carta
            el amor de nuestra santa religión: esto es, el honor y gloria de nuestro divino
            Redentor, en la qual se interesa mas que nosotros su santa, y feliz madre. Des-
            de que tuve la fortuna de leer libros en que estaban reunidas la solida doctrina
            y la verdadera piedad advertí con dolor que al paso que se multiplicaban las
            devociones á los santos y á la santísima Virgen, se resfriaba cada vez mas la
            necesaria y superior devocion á nuestro Sr. Jesucristo.
                    La devocion de la Virgen creció y se propagó, (como lo advierte el
            Iltmo. y elocuentísimo señor obispo Goudeau en su historia eclesiástica, elo-
            giando al imponderable S. Cárlos Borromeo) con ocasion de la condenación
            de Nestorio, que osó negar á la bienaventurada Virgen María la prerogativa y
            qualidad de madre de Dios. Pero la ignorancia del pueblo y la noche obscura
            de los siglos siguientes lleváron á tanto extremo esta devocion, que se come-
            tieron muchos excesos: de manera que, aunque con dolor es forzoso confe-
            sarlo, quando pareciéron las heregías de Lutero y Calvino, era tan grande la
            superstición sobre este punto, que hacia gemir á los que conocían el término
            hasta donde debe ir el honor debido á la madre de Jesucristo. Persuadido de
            esto el gran S. Cárlos Borromeo, dice en uno de sus concilios provinciales:
            siguiendo las santas miras del concilio de Trento, que quanto mayor debe ser
            la diligencia en el establecimiento y propagación de la religión católica, tanto
            debe ser el estudio y el cuidado de arrancar y exterminar la superstición en
            esta materia. Por eso mismo el gran Petavio, padre de la teología dogmática,
            en el tomo 5° de sus dogmas teológicos, lib. 14 cap. 8° núm. 9, no tiene difi-
            cultad en advertir á todos los devotos de la santísima Virgen que no se dexen
            arrebatar tanto en la veneración y piedad que le profesan que se contenten
            con las verdaderas y sólidas alabanzas que se le pueden dar, sin inventar falsas
            y supuestas... porque esta especie de idolatría secreta y oculta en el corazon
            humano, no puede conciliarse con la gravedad de la teología: esto es, con los
            principios de la sabiduría celestial que nada puede adelantar ni asegurar que
            no sea enteramente conforme á las reglas ciertas y exactas de la verdad.
                    Mucho ha que pasé los dos tercios de lo que comunmente viven los
            hombres: y mezclado desde mis primeros años, con toda clase y género de
            gentes, en ellas y en mi he observado que las devociones a los santos absorben
            de tal modo, los afectos, que es menor la parte que se tributa al principal, ó



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