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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             Vida y obra de Toribio Rodríguez de Mendoza
            corazon de María, no tendré el menor inconveniente, esto es, sin el menor
            rubor me agregaré al partido contrario, y aun me quedará la satisfacción de
            que mi duda, como la de santo Tomas, haya contribuido al esclarecimiento de
            una verdad; y habrá sin duda llegado el caso que muchas veces he deseado de
            ser convencido, para confesarlo publicamente. Entre tanto vuelvo á mi devoto,
            y advierto lo que fixé en la primera parte de mi proposicion: á saber, que él
            carece de los principios necesarios para entrar en esta controversia. Veamos
            brevemente su mala fe. ¿Quién en efecto sino el hombre malicioso puede arro-
            garse la autoridad de decidir sobre ocultas intenciones de otro hombre? Las
            mías no se las he revelado: pues ¿de qué principio colige que mi designio ha
            sido increpar á los abogados y hacerlos sospechosos? Posible es que yo hubiese
            querido zaherir y mortificar al ilustre colegio de abogados; pero también es
            posible que hubiese tomado la pluma movido del amor de nuestra santa y di-
            vina religión, de su espíritu y verdad, de su integridad y pureza, por el descon-
            suelo y aflicción de verla como obscurecida y abrumada con los innumerables
            artículos supersticiosos, que lloran los virtuosos y sabios escritores de todas
            edades y que nuestra madre la iglesia ha reprobado siempre. ¿Y un corazon
            dispuesto de esta suerte podia mantenerse en una insensible inacción al notar
            que se ponía en boga una devocion que según mis principios es superflua,
            vana y supersticiosa? Bien puedo haberme engañado, como me ha sucedido
            muchísimas veces; y que esta haya sido mi disposición, sin aferrar- me ciega-
            mente á mi dictamen, lo manifiesta la adición á mi carta en ese anticipe mi
            retractación condicional. Y á no ser un pérfido hipócrita, no hubiera osado di-
            rigir un apostrofe á nuestro señor Jesucristo. Por tanto queda muy descubierta
            la mala fe del devoto.
                    Ninguno debe darse por ofendido quando se defiende una verdad real
            o que se cree tal. Observa un sabio, que aunque se hubiesen destruido las su-
            persticiones, según S. Agustín, por la profundísima humildad de Jesucristo,
            por la predicación de los apóstoles, y por la fe de los mártires que han muerto
            por la verdad: aunque se hayan proscripto por las escrituras, concilios, papas,
            santos PP. y teólogos: á pesar de todo, las supersticiones están tan universal-
            mente extendidas en el mundo cristiano, y han hallado tanta acogida entre los
            grandes, tanto curso entre las personas mediocres, y tanta boga en el simple
            pueblo, que cada reyno, cada provincia, cada diócesis, cada ciudad y cada parro-
            quia tiene las suyas propias. Qualquiera que considere atentamente estos desór-
            denes en las mas santas prácticas de la iglesia, á quien afligen tan sensiblemente,



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