Page 134 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Volumen  1
                                           Reflexiones por Juan Baltasar Maciel sobre el «Elogio» de Baquíjano
            distinguen de los tiranos que los oprimen. El es quien los constituye y hace
            conocer por verdaderos padres de sus pueblos y, por su medio, copian en sí
            mismos la imagen de aquel Padre celestial de quien son vicarios en la tierra:
            Porque Dios, Señor absoluto del género humano y de quien todos los reyes
            reciben, inmediatamente, su poder, se distingue, en su Sagrada Escritura más
            bien por su voluntad y su amor que por su virtud omnipotente. Por eso, aun-
            que, en la realidad, Dios sea su omnipotencia, no se afirma de él, cual si fuera
            su verdadera esencia, y como se dice de su caridad: Deus charitas est, hacién-
            donos comprender que el amor en Dios más que un atributo de su esencia, es
            su mismo Divino Ser. De donde es que este Señor todo amor y caridad de los
            hombres, tiene su delicia en estar siempre con ellos, según él mismo lo protes-
            ta, porque ciertamente, la mayor gloria de un amante la hace su objeto amado
            y cuando en él se difunden las riquezas de su bondad.
                    [34] Tal es fundamental principio de la necesidad que tiene todo prín-
            cipe soberano de amar a sus vasallos. Sin su amor será un tirano y no su padre,
            su poder, por legítimo que sea, declinará en tiranía, siempre que su ejercicio
            se desentienda de su bienestar, y no consulten sus providencias su más públi-
            ca y común utilidad. El odio y aversión a sus pueblos borrará aquella imagen
            del Ser que lo autoriza, y que da a su carácter la veneración y respeto que lo
            sostiene. No será más su vicario y lugarteniente en la tierra, títulos que tanto
            relevan la gloria de su majestad; y divorciado de aquéllos con quienes debía
            tener sus delicias y difundir las riquezas de su bondad, será un monstruo de la
            soberanía y el antivicario de su divino soberano.
                    [35] Esto mismo se debe decir, con la debida proporción, del primer
            ministro de un monarca. El es como su vicario respecto de aquellos vasallos
            a quienes dirige sus órdenes, y como su imagen, la más viva, debe copiar en
            sí aquel puro amor que hace brillar su original, con los pueblos de su resorte.
            Aun cuando, por una previa antipatía (si es que es posible) le fuesen éstos abo-
            minables, se disiparía desde el momento que se considerase como el primer
            móvil de aquella voluntad que sólo la modifica su simpatía. Porque comuni-
            cándosele inmediatamente, debía recibir con ella las contrarias impresiones
            y borrarse de su imaginación las funestas especies que excitaban su aversión.
            Así, la acusación de odio y desafecto a la nación americana que se le fulmina
            a tan benemérito ministro, con el designio de infundir la misma aversión a su
            soberano, es la más sangrienta que pudiera abortar el furor de la emulación
            más osada. Ella trastorna la esencial constitución del ministerio e imputa al



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