Page 125 - Vida y Obra de José Baquijano y Carrillo - Vol-1
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
Vida y obra de José Baquíjano y Carrillo
[7] No por esto quiero decir que el autor del panegírico no pudo salvar
tan inminentes peligros y que, ensalzando las virtudes militares, civiles y mo-
rales de su héroe, se fabricó un ídolo a quien vanamente rindió el homenaje de
sus cultos. Dios me libre de insultar, ni aun indirectamente, una imagen viva
de nuestro Soberano y digna de nuestros más profundos respetos por el ca-
rácter mismo de su representación. Ni menos se presuma que echo de menos
en el orador el caudal necesario para llenar todas las partes de su oración. No,
por cierto: Jamás me he deslumbrado hasta el extremo de poder compren-
der los talentos ajenos, cuando aún se me esconden los míos propios. Quien,
como yo, practica y aun especulativamente ignora las reglas y preceptos de la
oratoria, no puede, sin temeridad, juzgar de sus verdaderos poseedores. Mi
imaginación demasiado tímida, nunca sale del pequeño círculo de sus ideas
y no es, por lo mismo, capaz de discernir todo el fuego y actividad de aquélla
que, para confinarse en lo sublime de la elocuencia, se agita y enciende con los
más bellos tropos y figuras. Yo, por último, estoy tan distante de haber llegado
a la enciclopedia de las ciencias, tan necesarias para un orador perfecto, que
apenas he tocado en los umbrales de aquellas pocas que han hecho el estudio
de mi profesión. Y después de este conocimiento que debo al Padre de las lu-
ces, ¿cómo osaría yo, en el incompetente tribunal de mi juicio, pronunciarme
decretoriamente contra el mérito de aquella oración, ni menos proscribir al
orador por inepto para semejantes piezas, y a su héroe por inferior a tan subi-
dos elogios?
[8] Es verdad que muchos, entre los cuales brillan algunos dotados de
un bello espíritu, y menos tímidos que yo, han censurado el panegírico como
contrario a las reglas de la oratoria y destituido de los principales adornos y
gracias de la elocuencia. Estos genios, no sé si por demasiado finos, han nota-
do que su elocución, por aspirar siempre a lo sublime, degenera continuamen-
te en una hinchazón afectada, y semejante, como dice Longino, a la del mal
tocador que abre una grande boca para hacer sonar una pequeña flauta; que
su expresión es casi siempre confusa y deja, aun al lector, poco satisfecho de su
inteligencia; que las descripciones tomadas de lugares comunes y compuestas
de centones mal unidos, se suceden sin interrupción unas a otras, y pierden
por su abundancia la estimación que merecieran, aun cuando se ajustaran a
los preceptos del arte; y que las figuras, que son las flores de la elocuencia, fue-
ra de ser pocas, no forman, con su diferencia, aquella variedad en que consiste
el principal adorno de su belleza.
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