Page 679 - La Rebelión de Túpac Amaru II - Vol-6
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Nueva Colección Documental de la Independencia del Perú
             La rebelión de Túpac Amaru II
            que Molina fue de su voluntad a servir al rebelde, en su declaración de fojas,
            en el careo dice, que asi lo oyó y lo infiere y ver aquí una falsedad gravísima y
            contrariedad en su dicho. Es constante en derecho, que los testigos contrarios
            en sus dichos singulares, falsos en alguna parte de sus declaraciones y los de
            mero juicio y creencia y los de mero oído son enteramente indignos de fe y no
            hacen prueba alguna.

                    El Solicitador Fiscal, no tiene que contradecir este fundamento con el
            pretexto de la calidad del delito, pues es común principio legal que los enemi-
            gos capitales, no pueden ser testigos, aún en causa de lesa majestad, divina y
            humana.


                    En cumplimiento de su oficio, hace cargo el Abogado Fiscal a Molina,
            primeramente, de que por propia voluntad /.25 y sin coacción alguna fue a
            servir al rebelde. Y ve aquí un hecho enteramente falso y contrario a la verdad,
            Don Francisco Molina se hallaba en la Hacienda de Pariña, propia de la iglesia
            de Santa Rosa, cuando José Tupa Amaro ahorcó al Corregidor de Tinta Don
            Antonio de Arriaga, de que tuvo noticia en el camino, viniendo de Pariña al
            pueblo de Sicuani, con motivo de conducir a su mujer gravemente enferma
            para dicho pueblo. La primera noche que estuvo en Sicuani, se le presentó
            Melchar Castelo y le intimó orden del rebelde, para que al punto pasase a
            Tungasuca y estuviese a sus órdenes, en cumplimiento de las que tenía del Rey
            Nuestro Señor. Aunque Molina se escusó, representando la grave enfermedad
            de su mujer y a la que él padecía de una pierna, Castelo le repitió la orden al
            día siguíente, en compañía de muchos soldados. Como estuviese puesta una
            horca en la plaza de Sicuani y se hubiese publicado bando, para que los des-
            obedientes muriesen en ella, impelido de este grave temor y en la inteligencia
            de que el rebelde hubiese tenido la orden del Rey, que suponía, partió para
            Tungasuca. Puesto en la presentación del rebelde le interpuso sus súplicas y
            ruegos, para que le permitiese regresar a Sicuani, donde dejó a su mujer grave-
            mente enferma; pero fueron inútiles sus preses, porque lejos de acceder a ellas
            le impuso mandato de que no se moviese de Tungasuca, bajo de la protesta,
            de que en su contravención daría orden, de que lo matasen. Este grave mie-
            do que le infirió el rebelde, con tan terrible amenaza y la experiencia de que
            el tirano acostumbraba poner en ejecución, las que hacía, como sucedió con
            muchos, le necesitaron a mantenerse al lado del rebelde, siempre en calidad de



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