Page 816 - La Rebelión de Túpac Amaru II - 4
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Volumen  4
                                                                      Conclusión de la rebelión
            naturaleza; noté una y otra vez que se suspendía en la expresión, y volvía a
            mí la vista, receloso de estos pasajes, y con una especie de indeliberación na-
            tural, volví el rostro en uno de ellos, y ví a su Ilustrísima, en el mismo acto,
            de estar haciéndole seña de que callase. Disimulé como era regular, y procuré
            aprovechar aquel rato en disiparle el temor de las tenazas, la aprensión de que
            querían saber el paradero del tesoro, y de que no buscábamos nosotros otro
            que el de su salvación. He comunicado a Vuestra Señoría más de una vez, este
            acontecimiento.
                    Hallándose aquí de comisionado el Señor Areche, tiró a degollarse el
            Provisor Don Juan Antonio Tristán; pasé a visitarle, y preguntándole yo ¿qué
            era aquello, y cómo hacía se hallase así en la ciudad? me respondió: «el obis-
            po me ha condenado, y se ha condenado a sí mismo»; reprendíle con amis-
            tad, diciéndole que mientras vivíamos, no había hombres de esa clase, que
            no hablase herejías, y otras cosas semejantes, calló y saliendo a despedirme,
            preguntándole por qué había hecho tal disparate, me dijo: los chapetones me
            quieren perder, y no pude sacarle más. Oí decir generalmente que decía a cada
            momento, que se estaban tomando declaraciones contra él en la Compañía,
            que lo querían ahorcar, y otras especies como éstas que persuadieron, y con-
            firmaron el concepto general de las gentes de que el Señor Obispo era el autor
            de todo, y quien le había mezclado en ello. Lo primero que me refirió fué ante
            el M. R. P. Fray Matías Zegarra, que podrá acordarse muy bien de ello, y será
            fácil inquirirlo, porque creo está aquí, y soy de opinión no se pierda un mo-
            mento en averiguar esto y lo demás que resulte; porque luego suele correr peli-
            gro, y hay sin duda otros muchos que saben más que yo en esta parte. Estando
            desahuciado de los médicos el sucesivo Provisor Don José Domingo de Frías,
            y habiéndose estrechado conmigo me dijo en el canapé de su aposentó: amigo
            Arcediano, este hombre (por el Señor Obispo) me ha muerto, y ha de perder a
            todo el Reino. Fuese el otro día a Limatambo donde murió infelizmente, y no
            supe más de él.
                    Estando una noche haciéndonos leer una consulta para el Coro a los
            Señores Chantre, Yepes, Penitenciario y a mí, y queriendo yo no nos moles-
            tase más con dicho ejercicio, tomé el arbitrio de tocarle la especie dominante
            de aquellos días, que era la de Arriaga y los curas Martínez; apenas dije había
            oído hablar de ella, y que sería bueno componer ese negocio por medios sua-
            ves; no había acabado ésta o igual proposición, cuando se enfureció su Ilus-
            trisima, extrañamente, habló más de una hora del mismo modo, y entre otras



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