Page 92 - La Revelión de Tupac Amaru II - Vol. III
P. 92
Volumen 3
Inicio de la rebelión
les constaba el desamparo en que se hallaba la patria, destituída de gentes de
honor, que tuviesen bastante discernimiento y esfuerzo para no vendernos, o
con la infidelidad o con la rudeza, o con la flaqueza: que el insulto era impro-
viso y repentino. Y que por estas calidades, debía empeñar en la defensa de la
iglesia, cuya fe peligraba en la subversión de estos pobres naturales, que ha-
bían heredado su religión cristiana con tantas fatigas de los Monarcas Católi-
cos y de los primeros ministros de Dios, cuyo celo debíamos imitar auxiliando
a los seglares en la resistencia que se disponía para rebatir los conatos del In-
dio, pues era llegado el caso de tomar las armas, interín no había otra provi-
dencia suficiente para salvar tantas vidas y una parte tan considerable del do-
minio del Rey.— Después de haber exhortado a la Junta, con las más vivas
expresiones, que pudo sugerirme la obligación en que me hallo, por tomar la
bandera con el ejemplo, añadí que ofrecía mi persona, para la expedición y
que no dudaría tomar el fusil en mano para guiar mi Clero hasta el [ilegible]
del enemigo, donde si fuese Dios servido de aceptar mi vida, para aplacar su
indignación con el pueblo, seria la muerte mas gloriosa, que puede lograr un
Obispo precisado por las lecciones del evangelio, a dar su vida por las ovejas y
que no sería el primer Prelado, que auxiliado de la gracia de Dios, olvidaba sus
propios intereses y establecimientos en esta vida mortal, por redimir a su Grey
de las miserias y calamidades, que sólo pueden esperarse de un tirano, a cuyo
fin, aunque con desconfianza de mi demérito, les hice presente la heroica re-
solución, que tomó San León, Papa, para contener el orgullo de Atila y la fir-
meza del Pontífice Onías, con otros apoyos que están del caso; fue preciso
variar los índices del ardor y del dolor, y en ambas acciones protesto a Vuestra
Señoría Ilustrísima que no desmentía la expresión del corazón. Debo hablarle
con esta ingenuidad, pues ella no tiene poca parte en el desahogo de mi espí-
ritu atribulado, que no puede borrar de la memoria los motivos de tanto mal
que insinuaré después.— Tuve la complacencia, de que los concurrentes a la
junta, sintiesen los efectos de mi persuación, acudieran mis prebendados y
prelados regulares. Al intento que me propuse de modo, que a competencia
prometieron los unos, sus personas y armas, y los otros sus gremios, también
prevenidos, sin reservarse las personas. Han acreditado de sinceras sus reso-
luciones y se han visto ya en el público, las fuerzas con que se dispuso la igle-
sia, para resistir los impetus del Indio. En mi casa Episcopal que ya se llama
cuartel, hacen su ejercicio los eclesiásticos con tres militares que los instruyen,
animándolos yo con mi presencia, sin excepción de canónigos; y así mantenemos
91